Desde
la llegada de Miguel Blesa a la presidencia de Caja Madrid, sus
verdaderas intenciones no admitían duda. Por encima de cualquier
otra necesidad, prosperar económicamente era su objetivo. Así, lo
de subirse el sueldo dieciocho veces más del que tenía el
presidente al que sustituyó. Pronto también activó políticas de
cercanía con el consejo de administración de la entidad y para ello
se le ocurrieron las tarjetas negras, de las que hemos tenido
noticias, les recordamos, gracias al periodismo de investigación que
ha trabajado en el abuso, porque de otra forma hubiera sido muy
difícil destripar el tinglado que se había montado desde dentro de
la caja. A partir de este instante, cuando lo de la tarjeta se hizo
fácil, los poseedores de ésta, en número de ochenta y dos, no
tardaron en gastar y gastar casi sin control y con justificaciones
muy alejadas de la supuesta intención que tenían, que no era otra
que la de dedicarla exclusivamente a gastos de representación.
Como
era de esperar, el desglose de las tarjetas en cuestión está
suponiendo un escándalo de proporciones impensables cuando conocimos
la noticia, por desorbitadas las cantidades consumidas, y, ahora, por
los detalles de las inversiones realizadas por sus poseedores. Desde
supermercados a farmacias o discotecas hasta viajes y hoteles en
clase “bussines”. Por supuesto no faltan los gastos en alcohol,
joyas, casas de citas y dinero en efectivo, que aprovecharon
exclusivamente los afectados por la denuncia que poseían el pin de
su tarjeta. En definitiva, un verdadero robo a cara descubierta que,
además, evitaban el control de la Agencia Tributaria, o sea, que
como no declaraban estos gastos en sus respectivas declaraciones de
la renta, evitaban restar de sus ingresos el dinero en negro que les
proporcionaba Caja Madrid. Si ahora entendemos en la calle que estos
consejeros estaban en sintonía con presidencia para aprobar las
cuentas que les presentaban y que no hacían preguntas de ningún
tipo, suponemos que nadie nos tachará de exagerados. Las tarjetas
que les proporcionaban dinero negro en cantidades prácticamente
ilimitadas fueron durante todo el tiempo que estuvieron activas un
salvoconducto para el señor Blesa, que hizo y deshizo lo que le
vino en gana y que, finalmente, dejó la entidad en la ruina. Cuando
lo sustituyó el señor Rato, que también tiene mucho que ver en
esta ruina, y que era poseedor de una de esas tarjetas, no hizo más
que ahondar el agujero abierto.
Pero
quizá lo que más duela es que Blesa fue el creador de las acciones
preferentes, luego mantenidas por Rato, y que han supuesto la ruina
de miles de ingenuos clientes, que accedieron a entregarles el dinero
en todos los casos de forma fraudulenta confiados en los empleados de
la firma con los que llevaban trabajando prácticamente desde
siempre. Así, mientras acaparaba el dinero de estos clientes, a los
que engañaba de la forma más ruin, gastaba sin control el dinero
negro que le permitía disfrutar de lo que nunca mereció y que fue
comprando amistades sin controlar su costo. El final de la historia
la conocemos más que de sobra: miles de millones de euros del Erario
Público, o sea, nuestro, para reflotar lo que ahora se conoce como
Bankia, porque de otra forma hubiera supuesto una quiebra económica
de proporciones mucho mayores y millones de impositores hubieran
perdido su dinero.
¿Y
qué queda de todo este despropósito? ¿Alguno de estos caraduras
está en prisión? Al contrario; el primero, el linarense, como no
necesita trabajar porque ha acumulado dinero más que de sobra que
tendrá que justificar, disfrutando de total libertad. Ahora ha sido
imputado, junto con Rato, por las tarjetas negras, pero no nos
hacemos ilusiones. Este último, que salió de la caja por la puerta
trasera, no tardó en recibir una oferta de trabajo de Telefónica
por la que cobra más de doscientos mil euros anuales. Si decimos que
esperamos todo de la Justicia, quizá nos quedemos cortos, pero
tendremos tiempo para ir recorriendo el camino junto a estos
sibilinos ladrones y lo iremos compartiendo con ustedes.