Las
asociaciones que capitalizan el dolor de los familiares que han
perdido un miembro en un accidente de tráfico hace años que vienen
reclamando de las diferentes Administraciones la aportación de
elementos de trabajo que le permitan aclarar las razones del
accidente y el seguimiento a quien lo provocó, que casi siempre se
va de rositas ante la pasividad de una Administración de Justicia,
que siguen calificándolos, amordazados como están por las leyes en
vigor, la mayoría de éstos como simples faltas de tráfico. Por eso
entendemos su impaciencia y el ímprobo trabajo que realizan en favor
de unos textos que criminalicen con más rigor la actitud de los
conductores frente a su coche. Ahora, entre ellas y ellos y expertos
en criminología vial se está extendiendo una campaña que creemos
pronto pasará a ser de todos, porque se trata precisamente de eso,
de que entre todos pongamos freno a tanta sangría humana. Se la
conoce con el lema de “No lo llames accidente de tráfico, llámalo
siniestro vial”. Es algo que las víctimas vienen pidiendo desde
hace años; entre otras razones, porque sus seres queridos, en
infinidad de casos concretos y con documentación que lo confirman,
no se quedaron en el asfalto por un accidente fortuito. La mayoría
lo fueron por culpa de algo o alguien que actuó de forma criminal.
Es el caso, por ejemplo, del que consume alcohol o drogas y luego,
siendo consciente de que su estado no es el mejor para conducir,
arranca el coche y se echa a la carretera con todas las
consecuencias. Por el momento, siempre que sea detectado antes de
causar un accidente de consecuencias imprevisibles, se le restan
puntos del permiso de conducir y se le impone una sanción económica.
¿Cuándo
se dará el paso definitivo que sencillamente no permita a los
usuarios de vehículos de cualquier tipo, el consumo de cualquier
droga, legal o ilegal? ¿Para cuándo un valiente al frente de la
Dirección General que proponga esta medida y unos políticos capaces
de apoyarla? Y es que, si debemos creernos la estadística y ésta
confirma que más del sesenta por ciento de los fallecidos en
accidentes de tráfico, como decíamos la semana pasada, lo han sido
porque otro conductor, bebido y drogado, se empotró contra él,
¿debemos seguir mareando la perdiz o determinar que hasta aquí
hemos llegado? Como dato esclarecedor, no seríamos los primeros
países del mundo en tomar una decisión tan drástica, y por otra
parte, cuando se es consciente de que el número de fallecidos por
accidentes de tráfico podía reducirse en más del mil personas al
año, la justificación es por sí misma más que suficiente.
Las
medidas adoptadas por el nuevo equipo que gestiona la Dirección
General de Tráfico comenzaron con fuerza sus tareas y transmitió
casi inmediatamente esperanza a los que vienen reclamando que a los
accidentes de tráfico y sus consecuencias se las conozcan por su
nombre y no con calificativos o definiciones eufemísticas que no
sirven de nada. Por eso insisten en que no debemos llamarlo accidente
de tráfico sin más y sí siniestro vial, porque entienden, y en su
práctica totalidad responden a situaciones que pudieron evitarse,
que se trata de un mal uso del vehículo o de un conductor que ha
perdido sus habilidades técnicas frente al volante luego de ingerir
alcohol o drogas. Visto así, con el dramatismo que nos puede relatar
el accidente la madre, o el padre, o el hermano de cualquiera de las
víctimas, que por miles y miles llenan los cementerios, nosotros
también nos hemos convencido de que a las cosas se les deben llamar
por su nombre. Por lo tanto, a partir de ahora, cuando de valorar un
accidente se trate, optaremos por calificarlo de siniestro vial.