El
accidente del autobús acaecido en tierras murcianas demanda de todos
nosotros comprensión, dolor y atención. Y es que los accidentes de
tráfico forman parte desgraciadamente de todos los que circulan por
las carreteras, sean autovías, autopistas, vías secundarias o
caminos forestales. Y lo mismo ocurrió con el accidente mortal
registrado en el término municipal de Torredelcampo esta misma
semana, en el que dos jóvenes perdieron la vida y tres están
hospitalizados con heridas de distinta consideración. Todos los
accidentes se parecen y todos también, en un noventa y nueve por
ciento, pudieron evitarse. Con solo echar una ojeada a las
estadísticas y su análisis comprobaremos que la velocidad como
primera causa, seguida de los despistes, del uso del móvil o los
GPS, vehículos en mal estado, etc., conforman la lista negra de los
accidentes que se controlan por parte de Tráfico y que tanto dolor
proporciona a una sociedad que sigue convencida de que los accidentes
son cosa de otros, que a ellos no les pasará nada o simplemente que
no están capacitados para conducir un vehículo. Y no crean que se
trata de una opinión aislada; al contrario, es la más extendida y
la que, como podemos ver, más fallecimientos causa al cabo del año.
Cuando echamos mano del volante de nuestro coche, el menosprecio a la
vida parece que se adueña de nuestro espíritu y pasamos de ser
personas educadas, ordenadas, respetuosas y capacitadas para
desarrollar cualquier cometido, a pilotos de carreras en la ciudad y
en la carretera, sin más limitación que la de nuestro vehículo y,
si acaso, el temor a ser denunciados, porque de otra forma no habría
control que nos detuviera.
Pues
bien, cualquiera que se vea reflejado en esta introducción, aunque
no lo quiera reconocer, forma parte del pelotón de carne fresca que
cada día sale a la carretera en busca de un puesto en la lista de
los miles de accidentes que se contabilizan. Si tienen suerte, la
cosa no pasará de un gran susto y la pérdida inmediata de las ganas
de mantener esa actitud cuando conducen, porque demostrado está que
cuando se ha tenido la experiencia, mala donde las haya, de verte
involucrado en un accidente, es como si retomáramos el sentido
común, como si a partir de ese instante no volvieras a ser el de
antes. Es lo único positivo que se puede obtener de un accidente de
tráfico: que no serás nunca más el que eras. Y no crean, porque
tal y como están las cosas de la carretera, que de vez en cuando uno
de nosotros vuelva al redil no es ninguna tontería.
El
hecho de que hayamos aprendido a conducir a la ligera, sin más
preparación que las ganas que teníamos de echar mano a un volante y
pisar el acelerador, es evidente que no ha sido la mejor opción. Y a
los hechos nos remitimos. Acelerar y frenar es lo nuestro, sin saber
muy bien por qué ni cuándo, lo que facilita claramente la aparición
de derrapes, deslizamientos o salidas de vía, o sea, accidentes de
consecuencias imprevisibles y, en muy alto grado y cantidad, mortales
de necesidad. Aunque en la autoescuela se nos plantearon problemas de
este tipo, de cómo actuar ante situaciones complicadas, lo nuestro
era examinarnos cuanto antes y aprobar, si era posible, a la primera,
para no ser la oveja negra del grupo de amigos. A partir de ese
instante, con el permiso en la mano y unas ganas locas,
incontrolables, de poner en marcha el coche de la familia, o el que
nos habían comprado de segunda o tercera mano y echar a correr, todo
era uno. Naturalmente, con estos principios tan débiles, se entiende
que nos pueda ocurrir cualquier cosa, y el accidente es una de ellas.
Tenerlo en cuenta, ser conscientes de nuestras limitaciones y no
menos las de nuestro automóvil, naturalmente que acaban por
asegurarnos el viaje, o al menos nos ayudará. Buen viaje.