lunes, 17 de noviembre de 2014

TIEMPOS PREELECTORALES, TIEMPOS DIFÍCILES

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Particularmente, los tiempos preelectorales los llevamos mal. Es como si nos situáramos en momentos abstractos, en los que no sabemos si vamos para atrás o hacia adelante, como si el momento fuera forzado. Parece que todo estuviera de por medio, estorbando, con prisas y sin saber muy bien las razones de tanto caos. Es entonces cuando de todos lados llegan voces que exigen coordinación precisamente cuando menos existe, cuando más la echamos de menos, cuando más necesitados estamos de conocer los detalles de lo que han decidido, aseguran, hacer por nosotros, casi siempre sin consultarnos. De saber por qué se quita esto de aquí y se pone allí; de por qué este rincón de la ciudad, que no necesitaba cambios, ahora ya no es el que era; del por qué, sin mi opinión, sin avisarme, se invierte la fisonomía, el paisaje de toda nuestra vida, a cambio, dicen, de la modernidad, cuando en realidad las necesidades de la comunidad son claramente diferentes y, sin embargo, se mantienen arrinconadas en algún lugar oscuro para que no sean vistas. Es verdad que los tiempos en los que se anuncia la culminación de un período luego de cuatro años, cuentan con adeptos decididos a que se note, a que la ciudadanía perciba que algo está cambiando. Pero, ¿vale la pena que estas actuaciones a las que a veces somos sometidos, estresados y sin saber muy bien qué se quieren realizar a nuestro alrededor, tengan que ejecutarse a última hora?

Estos planteamientos son compartidos ampliamente por una ciudadanía no del todo comprendida, quizá porque ni siquiera ha sido consultada, que está convencida de que existen otras formas de renovar calles y avenidas, parques y rincones de una ciudad que, evidentemente, necesita renovarse si quiere unirse al resto de las que luchan por situarse arriba de una ilusionante atalaya desde la que observar el futuro con algo de seguridad. Y es que, guste o no guste, a veces hay que ser generosos y, antes de levantar una sola piedra, antes de que hombres y máquinas entren a saco en lo que ha sido tuyo hasta ese momento, al menos pidan opiniones, cuando menos de los que finalmente serán protagonistas durante un tiempo. A todo esto, cuando las quejas vecinales que nos llegan desde la corredera de Capuchinos vienen  avaladas por lo que entienden que está mal, porque las obras no se ejecutan controladamente, porque no se ha tenido en cuenta en ningún caso cómo debían desenvolverse los vecinos una vez levantada en canal la totalidad de la vía, porque no son respetados sus derechos, lo menos que se nos ocurre es que alguien desde la oficialidad debía plantearse seriamente el discurrir de la renovación de esta gran avenida con el único objetivo de conseguir el entendimiento entre las partes, que por el momento está seriamente dañado. De no ser así, de no obtener rápidamente el beneplácito de la vecindad, convencidos estamos que el fin que se persigue se volverá en contra de quien mandó ejecutarlo. Y sería, además de injusto, una pena.

Son tiempos en los que las prisas, siempre pésimas compañeras cuando de tomar decisiones se trata, imponen condiciones que no siempre son sencillas de superar. De ahí que no siempre se acierte o que el reto a realizar supere con creces las ilusiones de quien se propuso llevarlo a cabo. Y como entendemos que el protagonista lo que quiere para los suyos es mejorar su entorno, su desenvolvimiento diario, su aproximación al resto de la ciudad, justificarlo no es difícil; lo complicado es que los demás lo entiendan así, porque de otra forma la situación acabará de mala manera. En fin, el tiempo lo dirá.