La
corrupción en España ha pasado de ser una excepción a norma
compartida que se ha integrado entre nosotros como comida de
mediodía. Es tal el aluvión de corruptos cazados con las manos en
la masa que lo del martes, la operación Enredadera, que deja al
descubierto una trama que obtenía dinero ilícito del Ayuntamiento y
la Diputación de Sevilla, y de otras provincias, incluida la de
Jaén, en la que se ha efectuado un registro, y en la que parece
están representados fundamentalmente funcionarios y con treinta
detenidos en una primera redada, casi está pasando desapercibida.
Sin embargo, en nuestra tierra, en Andalucía, una encuesta realizada
a lo largo del mes de septiembre confirma que por encima del paro,
que ya es decir, la preocupación más generalizada, al menos entre
los encuestados, es la corrupción. Y cuando les preguntan sobre los
políticos en general, éstos caen por los suelos y son considerados
como burdos ladrones. Evidentemente, se equivocan, pero esa es su
opinión. Y decimos que se exceden cuando los meten a todos en el
mismo saco, porque además de peligrosa también es una opinión
demagógica que no se ajusta a la verdad. Lo que nos debe interesar
es que la Justicia y quienes ejecutan sus mandatos, que son los
Cuerpos de Seguridad del Estado, mantengan el actual nivel en el que
se desenvuelven y pongan a disposición de los tribunales a estos
desalmados sin escrúpulos que tanto daño han hecho al resto de la
ciudadanía.
Es
la única enseñanza que podemos extraer de la corrupción
generalizada en la que nos hemos habituado a vivir, pero como es
posible encontrar algo positivo de tanto abuso, quizá deberíamos
quedarnos con el hecho de que para estos canallas ha comenzado la
cuenta atrás de un proceso que les llevará a la cárcel sin
remisión. A falta de que se conozca el sumario de la trama Gürtel,
que está al caer y que supondrá la aparición de cientos de nuevos
imputados, observar la evolución de las diferentes causas abiertas
en los juzgados no solo debemos entenderlo como un espectáculo, sino
como el final de los abusos y robos que han venido realizando
sistemáticamente los encausados. Podrán insistir en su inocencia,
en que han sido decisiones que tomaron por amor, que todo ha sido una
trama urdida por sus contrincantes políticos o que se trata de una
venganza personal, pero su fin será la prisión.
Lo
que nos queda por conseguir, que calmaría los ánimos de quienes
observan atónitos la evolución de los casos conocidos, es que se
adopten las medidas legales que no permitan que los corruptos, una
vez fuera de prisión, puedan disfrutar del dinero conseguido sin más
limitación que la de controlar sus excesos cara al público. Y es
que estos sinvergüenzas conocen a la perfección el Código Penal y
sus entresijos, y la totalidad de sus abusos son controlados con el
objetivo de que, cuando sean descubiertos, sus estancias en prisión
sean mínimas. Y es que si muestran buena conducta, echan una mano en
las tareas propias de las cárceles, si no alteran el orden, en
cuanto cumplan la mitad de sus condenas duermen en casa mucho antes
de lo previsto. A partir de ese momento, echar mano del dinero que
tendrán bien guardado y disfrutarlo es todo uno. Queda claro, una
vez más, que apoderarse de lo ajeno en nuestro país sale muy
barato, si no regalado.
Por
el momento, la paciencia es la que impone sus condiciones y éstas
pasan inevitablemente por la retirada de la calle de los corruptos.
La Justicia es desesperadamente lenta, es cierto, pero viene a ser
como una apisonadora de grandes proporciones que acaba con todo lo
que se encuentra al paso. Y ahí están, en primera línea, los
corruptos.