Desde
siempre, la carretera del santuario ha supuesto un peligro para los
viandantes y los usuarios de vehículos de cualquier tipo, es decir,
camiones, furgonetas, automóviles, motocicletas y bicicletas. Su
estrechez y la sinuosidad del trazado que le impone la orografía del
terreno marca la diferencia y exige de todos cuidado extremo,
prudencia y aceptar las normas de tráfico, especialmente las ligadas
al respeto del poco espacio que queda cuando se cruzan dos vehículos
y la velocidad, que suelen ser las dos más transgredidas. En el caso
del ancho de la calzada, es en las curvas donde más se echa de
menos la atención y el respeto del usuario por mantener
escrupulosamente la zona que le corresponde, que en general no tiene
en cuenta cuando de frente circula otro coche y que no ha sido el
primero ni será el último que se ha salido de la vía por evitar
embestir o rozar al que se encuentra ocupando la parte de la calzada
que no le corresponde. Y no exageramos. De hecho lo podemos observar
en todo el recorrido, poniéndose de manifiesto o bien la falta de
experiencia de los conductores o no menos el peligroso egoísmo con
el que suelen conducir algunos.
Si
sabemos que esta carretera es transitada por cientos de vehículos
todos los días del año y muy especialmente los fines de semana,
incorporarse a ella sabiendo a lo que nos enfrentamos es el primer
paso que daremos hacia la seguridad y el respeto a los demás, a los
que, como pediremos para nosotros, debemos esta actitud. El propio
trazado, además del estado de la calzada, no invita precisamente a
las florituras, aunque aceptamos que no faltan quienes la usan para,
dicen, presumir de sus habilidades automovilísticas y marcar
diferencias. Son estos mismos los que, una vez situados detrás de
los vehículos que le preceden, mantienen una actitud de agresividad
mal disimulada porque no pueden adelantar y seguir con sus excesos.
Si a este tipo de usuario, que no son pocos, le unimos el peligro que
representa por sí mismo la bicicleta, ya tenemos el circo montado.
Estos deportistas de las dos ruedas, por si acaso a alguien se le ha
olvidado, tienen el mismo derecho que cualquier otro a circular; solo
se les puede exigir que circulen como exigen las Normas de Tráfico.
De si estorban porque circulan despacio cuando ascienden, de si se
forman caravanas de vehículos a sus espaldas y que casi en la
totalidad del recorrido no permiten ser rebasados por la estrechez de
la vía, esto también forma parte de la visita que ansiamos hacer a
la basílica-santuario de la patrona. Por lo tanto, nada de rasgarse
las vestiduras. La paciencia y la prudencia son en estos casos cuando
más falta nos hacen y cuando mejores resultados nos van a
proporcionar.
Y
luego están los de las motos, aunque no todos, que circulan como si
estuvieran en un circuito cerrado en donde poder mostrar sus
habilidades, especialmente en las curvas cuando ascienden, en donde
tienen por costumbre usar buena parte del carril contrario y,
consecuentemente, generar un peligro absurdo del que alguno que otro
ha salido malparado. Por el momento se han ganado, y
justificadamente, el rechazo de buena parte de los habituales en esta
carretera, que ni entienden ni aceptan su actitud prepotente ni desde
luego comparten las florituras de las que se suelen acompañar, sobre
todo los adelantamientos “in extremis” que protagonizan,
generando instantes de mucho peligro que se evitarían si mostraran
algo de paciencia. Si no recordamos mal, acudimos todos al mismo
sitio y con las mismas intenciones, y de ninguna de las maneras se
entiende que sea necesario menospreciar al resto de usuarios.