Para
millones de ciudadanos como nosotros, llegan de verdad los días más
complicados del año. Así, mientras unos dudan qué regalo elegir o
qué alimentos llevar a la mesa de la cena familiar, otros, millones,
ni siquiera les pasan por la cabeza estas necesidades ligadas
directamente con el estado de bienestar del que afortunadamente
disfrutan sus vecinos. Para ellas y ellos, su máximo deseo es
conseguir los alimentos más elementales para llevarlos a la mesa y
que los suyos, que andan justitos y que comen con muchas
dificultades, puedan disfrutar de algún extra que compartir y que se
note que para algo se celebra la Nochebuena. Y en semejante estado de
desgracia seguimos, como si no hubieran pasado los años y la cosa
del hambre selectiva hubiera comenzado ayer. Sin embargo, después de
un período de tiempo que comenzó a ser insoportable desde el primer
día en el que nos faltó el trabajo y se acabaron las ayudas
sociales, todo sigue igual, si no peor. Es verdad que las
declaraciones de la clase política, especialmente la que carga con
el peso del Estado, se afanan en desmentir incluso a sí mismos
cuando por un lado admiten que en estos momentos pasan de cuatro
millones los desempleados que controla, e inmediatamente después
afirman sin ruborizarse que la crisis ya ha pasado, que estas
Navidades son las mejores de la crisis vivida hasta ahora y que a
partir de ya todas serán buenas noticias, especialmente para los que
hasta el momento han sido desfavorecidos, que es lo mismo que decir
que los que han soportado todo el peso de la crisis.
De
hecho, si nos creemos sus discursos, a partir de los primeros días
del año percibiremos la mejora en todos los órdenes, lo que quiere
decir que no tardaremos en encontrar trabajo o en que nos
mejore la vida, que buena falta nos hace. Claro que, ya puestos,
cuanto antes aceptemos que las palabras se les suele llevar el viento
con una facilidad asombrosa, y no digamos nada de las promesas
electorales escritas, participamos de la idea mayoritaria que nos
avisa de que aún queda crisis para rato, que una cosa son los
grandes números, lo que se conoce como macroeconomía, y otra bien
diferente es si no lo notaremos en el bolsillo, que parece que va
para más largo. El hecho de que, por ser año electoral, con todas
las convocatorias de elecciones casi ya con fecha de celebración, y
que este detalle, por tratarse en un cien por cien de política
activa y muy interesada por quienes la patrocinan, vendrá a ser como
un maná económico del que es muy probable que nos beneficiemos en
todo el país, pues oiga, habrá que tener un poco de paciencia y no
menos de esperanza a ver si nos cae un empleo y conseguir mejorar
nuestra pésima situación. Desde luego, si no es ahora, cuando se
abren las arcas de dinero público para que llueva sobre nosotros en
forma de inversiones públicas y de realizaciones inacabadas, difícil
será conseguirlo más adelante, que es cuando volverán los tiempos
difíciles, casi con toda seguridad mucho peor que los actuales.
Pero
no nos queda otra. Ni siquiera depositando el voto en quienes vienen
anunciando desde lejos la buena nueva de que solo ellos pueden
arreglar el desaguisado en el que nos han metido. Hace falta algo más
que buenas palabras, anuncios de que todo cambiará a partir de las
votaciones y políticas renovadoras de aplicación inmediata. Entre
otras cosas porque es imposible. El tiempo es el que es y, lo quieran
o no, deben consumirse los plazos que las leyes en vigor han previsto
para todo lo que conlleva un cambio de gobierno, que no es algo tan
sencillo como nos quieren hacer creer. Y luego, mucho tiempo después,
actuar. A partir de entonces veremos. Lo evidente es que fácil no lo
tienen. Diríamos más: difícil, muy difícil.