Lo
decíamos en los informativos y lo vamos a tratar hoy. Y es que la
cosa del dinero de todos, de los presupuestos, es un apartado de la
política activa que nos debe interesar sí o sí. Lo queramos o no,
el dinero que invierten nuestros políticos, ya sea el nacional, el
regional, el provincial o el local, sale de nuestros bolsillos y, por
lo tanto, que nos interesemos en dónde lo invierten en nuestro
nombre insistimos que debía de preocuparnos. De hecho, si de verdad
exigiéramos conocer las partidas, los detalles, los pormenores de
por qué se invierte aquí y no allí, seguro que inquietaríamos a
quienes los gestionan, que se verían controlados hasta en el más
mínimo detalle y, cuando menos, acostumbrados no están. Y no es que
no lo hagan bien o que dudemos de sus acciones, sino que siempre es
positivo cuidar del dinero de todos, que ya sabemos de lo que algunos
son capaces. Solo hay que ponerse al día en los asuntos de
corrupción para comprobar que no exageramos en nada.
Pues
bien: son tiempos de presupuestos, de cuentas públicas, de comprobar
la rentabilidad de las inversiones realizadas y las que están por
activar, de obtener información relacionada con los caminos que
sigue este dinero y, en su día o cuando corresponda, exigir que
rindan cuentas, que suponemos no supondrá un esfuerzo que no se
pueda ejecutar porque para eso están los técnicos económicos de
las diferentes áreas de las Administraciones. Así, a solo unos días
de que finalice al año, que es cuando se deben presentar y aprobar
los presupuestos de cada ente administrativo, nos encontramos
precisamente con la totalidad por poner en marcha. Es decir, que si
su caso o el nuestro no se han incluido en las cuentas que más nos
afectan, asuma cuanto antes que no será posible su realización
sencillamente porque no cuenta con partida presupuestaria, que es lo
mismo que decir que tendrá que esperar al próximo presupuesto
porque el actual es inamovible.
La
realidad es que el dinero de todos queda en manos de unos pocos, y no
porque sean éstos los que lo manejarán como ordenan las leyes, sino
porque crean áreas concretas en donde invertir que no siempre
coinciden con las que nos gustarían a nosotros, que deciden colocar
unas cantidades en un lugar u otro sin consultarnos, que se vuelcan
con tal o cual departamento mientras el que nos interesa queda
desamparado… En fin, que lo de los presupuestos exige, como toda
religión que se precie, una gran dosis de fe porque de otra forma
sencillamente sospecharíamos hasta de nuestra sombra. Es verdad que
existen una serie de controles que sobre la marcha hay que ir
superando para que el dinero llegue a su destino, pero de un tiempo a
esta parte hemos aprendido, y muy deprisa por cierto, que no faltan
los ingenieros de las finanzas capaces de hacer virguerías con el
dinero de todos para beneficiarse directamente, sin intermediarios, y
cuando son necesarios ya conocemos los métodos.
Centrándonos
en el asunto que hoy les exponemos para su reflexión, tratamos de
decirles que debemos confiar hasta donde sea necesario en las
personas que controlan los ingresos y las dedicaciones de nuestro
dinero. Y debemos hacerlo participando, desde luego si nos lo
permiten, porque no todos los partidos políticos o los gobiernos nos
facilitan el acceso a las cuentas públicas sin más; al contrario,
suelen poner todos los impedimentos que se les ocurren cuando lo que
en realidad queremos es comprobar si en nuestra calle han previsto
instalar farolas o arreglar el asfalto, que no otra cosa. Y es que la
política tiene varias caras y dos de ellas son las que nos ofrecen
cuando andan rebuscando votos y otra claramente diferenciada cuando
de lo que tratamos es de informarnos sobre nuestro dinero. Ya lo
hemos dicho: claramente diferentes. Y a buenos entendedores, pocas
palabras les bastan.