miércoles, 10 de diciembre de 2014

QUÉ TIPO DE DEPORTISTAS QUEREMOS PARA EL FUTURO

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Las desagradables noticias que proceden del mundo del deporte, especialmente del fútbol, están siendo últimamente utilizadas de distintas formas, desde las que intentan calmar los ánimos de las partes enfrentadas hasta los que buscan sacar punta de todo lo relacionado con los deportes de masas, y es evidente que el fútbol se lleva la palma. Naturalmente, el detonante ha sido, como lo fue en su día la muerte del aficionado donostiarra a manos de los ultras del Atlético de Madrid, la del fanático del Deportivo de La Coruña, que además de amar con toda su alma al club de su ciudad, tenía la mala costumbre de pelearse con todo el que se le pusiera por delante, fuera de donde fuera, y que encontrábamos siempre metido en todas las peleas callejeras de antes y de después del encuentro con el equipo que fuera, lo que le daba exactamente igual. De hecho, su historial alrededor de este asunto casi no tiene fin, pero tampoco le faltaban los que tenían que ver con un sinfín de alteraciones del orden que conviene no perder de vista para entender, aunque sea solo en parte, las razones que aportan a esto de los enfrentamientos de las aficiones algunos de los que gustan de liarse a palos con el que sea con tal de quedar vencedor. Lo de menos es que gane su equipo; lo que importa es el resultado de la pelea, si ha habido muchos heridos y si han sido de los suyos o de los otros.

Por otra parte, que nadie se lleve las manos a la cabeza porque no es nuevo y mucho nos tememos que por muchas medidas que tomen autoridad y clubs esto se vaya a acabar. Entre nosotros, que es lo que nos faltaba, también saltó la chispa hace unos días en un enfrentamiento entre jugadores ubetenses y los nuestros, en el que no faltó la greña y que incluso se llegó al ataque personal, con el resultado de un chico visitante con unos dientes de menos debido, parece, a la patada de un jugador del Iliturgi. Este fin de semana, en Úbeda ha ocurrido tres cuartos de lo mismo, es decir, que un jugador del club local arremetió en contra del árbitro y que, una vez finalizado el partido, fue el padre del jugador el que se enfrentó al colegiado con fines no precisamente de dialogar sobre el resultado y su actuación. Y lo entendemos. Lo entendemos porque solo hay que acercarse cualquier día en el que se celebre un partido de fútbol, independientemente de la edad de los chicos y de la importancia que tenga para la clasificación, para comprobar la importancia que tiene el papel de los padres en toda esta historia que hoy compartimos: las amenazas de éstos sobre el trío arbitral, los gritos que profieren para que su hijo pegue patadas al que se le ponga por delante y los amagos de saltar al campo que observamos, y no precisamente con buenas intenciones, nos dan una idea muy aproximada del deportista que estamos formando entre todos.

Lo que necesitaría el deporte del balompié en nuestro país sería de una autoridad con fuerza suficiente como para convencernos de que las cosas tienen un límite y que éste lo hemos superado con creces. De seguir así, pronto nos situaremos junto a las aficiones de los clubes hispanoamericanos, en donde mueren árbitros casi cada semana y los jugadores están más especializados en lucha libre que en tocar el balón como exigen los cánones. No conocemos con detalle las formas ni el fondo, pero tampoco creemos que sean necesarios unos conocimientos del tipo de licenciatura universitaria para aceptar que lo mejor es que los padres o tutores dejen solos a sus hijos cuando compiten, que los clubes tengan sus propios controles y no permitan que los ultras formen parte de su afición, que el Estado disponga de leyes suficientes para parar lo que por el momento no parece que sea fácil y que se controle este deporte desde las cuatro esquinas del campo. De no ser así, intuimos un final trágico. Y a las pruebas nos remitimos.