Como
exige este luctuoso suceso y como ocurre en todos los acontecimientos
derivados de la violencia de género en los que están implicados
menores, la noticia del asesinato de las dos niñas en tierras
asturianas ha generado infinidad de documentación oficial y pública.
Para iniciar el comentario de forma cronológica y que podamos ir
conociendo cómo se desarrollaron los acontecimientos en el
matrimonio, sabemos que la esposa admitió en su día, justo cuando
presentaba la denuncia contra el marido por vejaciones físicas y
psicológicas, que nunca había visto en él malos tratos o
comportamiento violento en contra de las niñas. De acuerdo con esta
denuncia, no había existido agresión física de ningún tipo y que
por el momento se había limitado a insultos en una discusión en la
que se alteró muchísimo. La esposa, apoyando la propia denuncia, no
aportó documentación de parte de lesiones ni consideró que su
pareja fuera violenta con sus dos hijas. Sin embargo, la denunciante
manifestaba que, efectivamente, de un tiempo atrás las discusiones
se repetían continuamente, por lo que su abogado se vio obligado a
pedir una orden de alejamiento para ella, entre otras razones porque
no tenía intención de limitar la relación de sus hijas con su
padre. El Tribunal Superior de Justicia, una vez valoradas las
razones de unos y de otros, decidió archivar el asunto. El mismo
juzgado tiene constancia también de una denuncia de la madre por
impago de las cantidades que el padre debía abonar obligatoriamente.
Paralelamente
a estos acontecimientos que mantenían los padres, la vida seguía
hasta que llegó el fatídico día y se produjo el terrible suceso.
Los cadáveres de las niñas fueron encontrados en el domicilio del
padre después de que la Guardia Civil hallase el cuerpo de éste
bajo un viaducto de 110 metros de altura. Inmediatamente después
acudieron a su domicilio ante las sospechas de los familiares sobre
las niñas, que debería haber devuelto a su madre después de haber
pasado la tarde con ellas. En la vivienda se encontraron a las dos
niñas muertas y una barra metálica ensangrentada con la que
presuntamente pudo cometer la agresión. Se confirma por todo lo
acontecido alrededor de este dramático suceso, que una vez más se
usa a los menores para obtener de la pareja las exigencias que creen
merecer alguno de los dos, y para ello tienen que llegar al
asesinato. Y lo que es peor: ni han sido estas dos menores las
primeras y no tememos que no serán las últimas.
La
atención de los tribunales de Justicia ante situaciones de este
tipo, que en este caso vuelven a estar desgraciadamente de
actualidad, debería ser cautelosas y reaccionar ante cualquier duda
que no permita llegar a conclusiones determinantes. Por supuesto que
el juez que archivó la causa no quiso de ninguna de las maneras que
estos hechos ocurrieran, pero tampoco debe estar orgulloso de su
actuación, porque es evidente que algo más sí que pudo hacer. Y es
que no siempre los agresores se muestran tal y como son en realidad
entre sus amigos y familiares; al contrario, aparecen
condescendientes, sensibles, cariñosos y buenos compañeros. Lo que
guardan en su interior, sus verdaderas intenciones, lo que tienen
previsto llevar a cabo antes o después es algo que forma parte
exclusiva de su mundo y para nada hacen alarde alguno que los pudiera
delatar. Lo de adelantarse al asesino no debe ser nada fácil; quizá
por eso deberíamos optar por el viejo refrán castellano que
aseguraba que más vale prevenir que curar.