Estarán
comprobando en sus propias carnes que los tiempos preelectorales
tienen su cansinería, su repetición como moviola incansable y,
consecuentemente, a veces vienen a ser insoportables. Los que mandan,
porque quieren asegurarse la repetición de su mandato; los que
huelen poder, porque trabajan convencidos de que finalmente se
llevarán la mayoría que ansían. Y no faltan los que prometen sin
control conscientes de que no tendrán responsabilidad de gobierno y
por tanto no estarán obligados a cumplir sus compromisos. Y que
nadie se dé por aludido, que tampoco pretendemos desnudar
intenciones y menos dañar la imagen de nadie, aunque tendrán que
reconocer, ustedes y ellos, que a eso nos han acostumbrados y a eso
nos agarramos nosotros. Por lo demás, a la espera de que nos den por
escrito sus promesas, tratamos de hacerles llegar la dinámica
interna y externa de los partidos políticos en liza, que andan
inmersos, primero, en la recepción de las demandas ciudadanas, y,
segundo, prestos a plasmarlas en sus respectivos programas, lo que
viene a significar y a confirmar que muchos de ellos coincidirán en
la mayoría de los puntos fundamentales y por los que estarán
dispuestos a llegar hasta donde haga falta con tal, lógicamente, de
obtener la confianza de sus votantes.
A
todo esto, es evidente que es tiempo de que la vecindad consiga que
sus peticiones se consoliden. Lo de que son los mejores tiempos para
que la clase política ponga atención a las peticiones que le llegan
procedentes de la ciudadanía, es un hecho, y así están las cosas.
Y lo saben bien las dos partes, vecinos y políticos. Así, si
observamos cómo recorren nuestros representantes, folleto en mano,
barrios y domicilios, los otros protagonistas esperan pacientes para
hacerles llegar de primera mano las inconsecuencias que han venido
soportando a lo largo de la legislatura. Y como se saben
protagonistas, como son conscientes de que acudirán todos en busca
de su voto, su actitud se mantiene impertérrita y contundente: nada
de palabras, y menos de palabrería; de lo que se trata es de que la
promesa sea por escrito, que luego pasa el tiempo y de lo que
prometieron parece que no se acuerda nadie. Por el momento parece que
van a la cabeza los que se comprometen a hacer realidad lo que para
ellos ha dejado de ser una petición formal para convertirse en un
deseo insaciable cuando no en un sueño incumplido: asfaltado de sus
calles, saneamiento general del entorno, jardines descuidados,
alumbrado insuficiente, inseguridad ciudadana, limpieza viaria,
servicio de agua y basura, festejos, barriadas olvidadas en favor del
centro, etc., etc.
Los
partidos que persigan el poder, la responsabilidad de una ciudad
mejor y más equipada, es evidente que están obligados a ir más
lejos de lo mismo de siempre, que para eso tampoco hacen falta
alforjas demasiado llenas y sí ilusión a cargas industriales.
Concienciarse de que la vecindad está cansada, si no harta, de
promesas incumplidas tampoco es algo que le desea desconocido a
quienes precisamente dedican su tiempo a recibir sus quejas y a
prometer el restablecimiento de las condiciones mínimas de
equipamiento que necesitan los residentes en tal calle, avenida o
barrio. Y más cuando los servicios municipales que recibimos los
pagamos, y bien por cierto. Si tenemos que compartir que las
elecciones de mayo no serán sencillas para nadie, desde luego que
los que han podido y no han querido lo tienen más difícil. Con
todo, ya veremos.