lunes, 12 de enero de 2015

ENTRE USTEDES Y NOSOTROS DEBEMOS UN BILLÓN DE EUROS

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Ya estamos de vuelta. A partir de ahora la rutina impone sus condiciones y a nosotros lo que nos corresponde es justificar nuestra tarea ante ustedes de la mejor forma que podamos. Es cierto que los acontecimientos marcan enormemente y que el hecho de que entre unos y otros lo de la deuda nacional se encuentre en este momento en nada menos que en un billón de euros, han oído bien: en un billón de euros, cuando menos molesta. Y más si tenemos en cuenta que nosotros no hemos intervenido en negocio alguno del que pudiera derivarse algún gasto que añadir a esta macrosuma. Han sido los de siempre, los mismos que hacen y deshacen sin pedirnos autorización, los que estuvieron y los que están, y los que vendrán, porque eso de gastar sin control, por muchas leyes de transparencia que se saquen de la manga, por muchos tribunales de cuentas que se inventen, seguirá siendo un despilfarro incontrolado que, por si le faltaba alguna guinda que ponerle al pastel, no lleva a nadie a la cárcel, ni destituye, ni inhabilita… Sencillamente, todo sigue igual, como si no hubiera pasado nada.

Y no estamos hablando de que ese billón de euros haya sido íntegramente repartido entre quienes han tenido posibilidades para manejarlo. Se trata de que es un dinero que se debe, de que es una deuda que el Estado tiene contraída no sabemos ni con quién y que por el momento supone un freno de gran envergadura para cualquier tipo de acción que quisiera acometerse a favor del país en variadas de facetas. Tampoco entramos en si en esta deuda se encuentran los millones que han ido a parar a los bolsillos y cuentas en paraísos fiscales de los corruptos conocidos hasta el momento, y que matizamos hasta el momento porque estamos convencidos de que los gordos, los que de verdad nos sorprenderán, están por caer. No obstante, la realidad nos supera y nos obliga a recapitular en busca de razones que nos permitan digerir suma tan bárbara y el hecho de que, sea como sea y cuando sea, alguien tendrá que pagarla. Los que deben recibir la poderosísima cantidad del billón de euros suponemos que estarán peor que nosotros mientras esperan el ingreso en sus cuentas de la parte que les corresponde, que para eso son acreedores oficialmente reconocidos y tienen todo el derecho del mundo a ser compensados en tiempo y en forma.


Ahora bien, una vez clarificada la deuda y asumido su pago, lo suyo sería empezar a buscar a los responsables para evitar que sigan en los puestos desde los que permitieron tal acumulación de pagos sin satisfacer. No tanto que se les busque cárcel adecuada como que evitemos que puedan tomar decisiones; no tanto exigirles que se pierdan en la ignorancia del tiempo como que se les coarte cualquier posibilidad futura de responsabilidad en la Administración General del Estado. Está claro que no es la solución, que el mal ya está hecho, pero al menos nos quedará la tranquilidad de que no nos endeudarán más. Y algo es algo. Porque lo que en realidad duele es que se trate de un dinero que se ha ido acumulando a lo largo de los años y del que nosotros no hemos tenido conocimiento ni disfrute alguno, que han hecho y deshecho sin nuestro permiso, que han decidido endeudarse sin consultarnos y que no le podemos pedir responsabilidades a nadie, que es lo que más duele. Eso y el que nosotros, todos, estemos intervenidos por el Estado en lo que hacemos, y que en el momento que nos excedemos en algunas de nuestras obligaciones, caerá sobre nosotros todo el peso de la ley. Esa es la diferencia y lo que de verdad duele. Que los que estuvieron, los que están y los que estarán seguirán engordando la deuda como les venga en gana y que nosotros, que somos los que tenemos la facultad de quitarlos y ponerlos, estemos obligados a pagar sus excesos. Desde luego, injusto es lo miremos por donde lo miremos.