Finalizado
el año 2014, cotejar datos, revisar estadísticas alrededor de la
violencia machista y crear expectativas en las personas que tienen a
bien seguirnos diariamente en este espacio de mediodía, es un acto
que realizamos todos los años y que, como no podía ser de otra
forma, nos sigue sorprendiendo y nos llena de dudas el que se
mantenga o aumente, y en todo caso descienda muy poco, el número de
mujeres asesinadas a manos de sus compañeros a lo largo de todo un
año. La frase más pronunciada por los asesinos, también el año
pasado, fue la de “si no eres para mí, no serás para ningún otro
tío”, que viene a confirmar que el machismo es una peligrosa
tendencia o enfermedad para la que todavía no se ha encontrado, no
ya cura, sino alivio. A lo largo del año pasado, 59 mujeres
perdieron la vida, dos más que el año 2013. Y todo sigue igual, o
casi, porque es cierto que cada mujer que es asesinada remueve los
cimientos de la sensibilidad social y política, pero se queda solo
en eso, en algunas manifestaciones en la calle y algún representante
político que decide intervenir para asegurar que desde el Gobierno
se trabaja para erradicar esta lacra. Luego, silencio y hasta otra.
Además,
cinco menores de entre diecinueve meses y nueve años también fueron
asesinados junto a sus madres; tres mujeres más, a la sazón
hermanas, cuñadas o familiares directas, también. Finalmente, tres
hombres de parentesco próximo a la mujer asesinada por su pareja
fueron víctimas de sus asesinos. Sin embargo, la lectura del día
después, de cómo queda la familia que ha perdido a la madre o la
hija, de cómo reaccionan, es otra historia. A todo esto, en asunto
de tanto calado e importancia social, lo que hay que admitir desde el
primer momento es que las mujeres que son asesinadas lo son porque
sus compañeros siempre le han dispensado un trato propio de ser
inferior, convencidos de que poseen de ellas un escaso apego y valor,
y estar convencidos de que sus vidas no valen nada. De hecho, el
machismo que conocemos y que se ha instalado entre nosotros permite
que la mujer sea considerada un objeto de posesión que cuando se
rompe, por las razones que sean, inmediatamente caen en el maltrato
físico, por aquello de dejar claro quién manda en la pareja.
En
lo que va de año, cinco mujeres han sido asesinadas. El motivo, el
mismo de siempre; el asesino, también el de siempre: su compañero o
esposo. Asegurar, por tanto, que todo está por hacer no nos parece
que sea analizar la situación desde perspectivas catastrofistas;
como mucho, realistas. Como hemos dicho en más de una ocasión,
activadas están las leyes, los cuerpos de seguridad del Estado, las
instituciones en general y a la clase política se le percibe algo de
sensibilidad, pero se ha conseguido avanzar muy poco en las
previsiones. Es más, sigue llamando poderosamente la atención el
hecho de que se mantenga a la par el número de mujeres que no
denuncian y las que lo hacen y no reciben el respaldo judicial que
mitigue su calvario. Si sabemos que precisamente en este detalle
radica el sí o el no de la continuidad de la relación de la pareja,
cuando la mujer decide dar el paso y denunciar al maltratador, que
ésta se sienta desamparada en momentos tan críticos influye
decisivamente en el futuro inmediato de la mujer. Y lo peor es que
los datos lo confirman.