lunes, 19 de enero de 2015

TIEMPO DE COMPRA Y VENTA DE INTENCIONES ELECTORALES

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Es evidente que solucionar o paliar los problemas de los ciudadanos, independientemente de la densidad demográfica de la ciudad en la que residamos, debe ser muy difícil, aunque aceptemos que no faltan los expertos o “máquinas electorales” a los que no se les escapa nada y que vienen cosechando triunfos desde hace años. De hecho, de otra forma no se explica que todo siga igual, que los problemas sean los mismos y que los sueldos que se invierten en la clase política que debería solventar estas necesidades de los vecinos y vecinas no sirven prácticamente de nada. Y si este detalle es un problema especialmente asumido cuando los tiempos que corren, en nuestro caso desde 2007, no son los mejores, tampoco lo son para los que los que padecen la crisis guarden silencio y se muerdan la lengua sin más. Con los dedos de las manos se pueden contar los ciudadanos que aceptan las promesas del político de turno que le anuncia sin ruborizarse que se solucionará su problema, y solo si tiene fecha de caducidad, porque como se retrase exageradamente, estén seguros de que no tardarán en contar con pelos y señales promesas, puestos de trabajo a desempeñar y fechas de incorporación. Y es que desde hace unos años, lo de mentir a diestro y siniestro, lo de usar en propio beneficio los escasos recursos de los que dispone el político de turno, se ha convertido en norma y hoy a nadie se le ocurre esperar a que le toque en suerte la llamada de su ayuntamiento, por ejemplo, porque está incluido en la bolsa de trabajo. Lo que se lleva y está aceptado como dogma de fe es acudir en busca del que puede echarnos una mano y rogarle que nos tenga en cuenta. Y funciona; que conste que funciona. Y lo hace en la misma proporción que luego se comprueba en los resultados electorales.

Lo del enchufismo denunciado en los años ochenta y noventa hoy ha quedado obsoleto. Hoy se llevan supuestamente técnicas más sofisticadas, implantadas de cara al público y por las que nadie está obligado a dar cuentas ante la ciudadanía, responsable directa de que algunos de nuestros representantes estén donde están. Con esto queremos decir que la compra de los votos es algo aceptado, o al menos por el momento no vemos que nadie se rasgue las vestiduras, y que cuando llegan fechas electorales, como es el caso de este año, este asunto se convierte en un descarado planteamiento avalado por la institución a la que se pertenezca. El escándalo hace años que lo firman los mismos, es decir, los que pagan las prebendas en forma del voto que reciben y los que se benefician amplia y exageradamente de este descarado mercadeo. Y no pasa nada. Simplemente se acepta y punto. Ni denuncias, ni ruedas de prensa, ni casos concretos de los que dar cuenta… Sencillamente, esto es lo que hay.

Sin embargo, quien realmente sale dañado de semejante abuso es el resto del mundo, el resto de los ciudadanos que confían en sus representantes e instituciones la solución de sus problemas. Por el momento, lo que generalmente vienen haciendo, parece, es solventar las demandas puntuales de unos cuantos y dejar a la gran mayoría, la que de verdad mantiene en pie la ciudad y sus anhelos, abandonada y sin posibilidades de obtener los rendimientos propios de las políticas que se promulgan a favor de ellos, pero de la totalidad y no de unos cuantos que venden el voto al mejor postor en plena plaza mayor. Por eso no siempre ganan los mejores y sí los que mantienen la máquina electoral engrasada y trabajando desde el día siguiente al que salieron triunfadores del encuentro electoral por el que hayan trabajado.


Si acaso le pudiéramos buscar un pero a este tinglado, desde luego que no seríamos nosotros los que tiraríamos de la manta, que para eso no solo existen cauces legales previstos en los que la Justicia es la que se encarga de estas supuestas irregularidades, sino organizaciones políticas con capacidad suficiente para enfrentarse a lo que afirman con rotundidad que se trata de todo un escándalo.