lunes, 16 de febrero de 2015

¿CONFESANDO LOS PECADOS SE CONSIGUE EL PERDÓN?

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Una de las frases más compartidas por usadas es la que nos justifica ante los demás cuando  una situación desconocida nos desborda, que es cuando la aplicamos afirmando que nuestra capacidad de sorpresa no acaba de saciarse. Pero es ahora, en tiempos electorales, cuando más la usamos e incluso lo podríamos justificar ante tribunal sumarísimo. Y todo porque así lo quiere parte de la clase política en campaña, empeñada que está ella y sus incondicionales seguidores en mentir y mentir sin control ni ganas de ponerse límites. Lo que está en juego, a los ciudadanos como ustedes o nosotros, es algo que nos queda lejos, que se nos escapa de las manos. A ellas y ellos no; quizá porque lo de mandar, lo de poder colocar al familiar o al amigo (que precisamente para eso también andan en la misma lucha para que su partido y su líder obtengan el mayor número de votos), lo de salir a la calle sabiéndote criticado o vitoreado, o simplemente poder estar en el plato y en las tajadas de todo lo que se hace y se dice a tu alrededor, debe tener un infalible imán de una gran capacidad de atracción para desarrollar el esfuerzo  que haga falta, incluso de mentir compulsivamente, con tal de llegar a la meta en cabeza.

Lo estamos comprobando estos días. Nuestra capacidad de asombro, por lo tanto, no acaba de saciarse ante lo que vemos y escuchamos. Es tal el empeño que algunas y algunos ponen en sus palabras, lo que se crecen ante los atriles mitineros, que estamos cada vez más convencidos de que la transformación a la que se someten en momentos tan especiales no todos los cuerpos lo aguantarían. Y como lo de menos es el futuro de la ciudadanía, y a las pruebas nos remitimos, su dedicación a tiempo completo no es otra que criticar lo que hacen unos frente a lo de los otros; es decir, que si uno de ellos asegura que sus políticas han sido determinantes para el bienestar del ciudadano, el otro jurará y perjurará que son las suyas las que han hecho posible el supuesto milagro que han realizado a lo largo del tiempo que están al frente de sus responsabilidades de gobierno. Consecuentemente, de cuándo se acabarán las insoportables colas a las puertas de las oficinas de empleo, de cómo solucionarán el futuro de los jóvenes, de qué políticas implantarán para que los desahucios se detengan, de cómo subsistirán los desempleados sin ayudas y familia a su cargo, de dónde obtendrán las ayudas que necesitan los dependientes, de qué manera conseguirán que los jóvenes que quieran estudiar y lo merezcan puedan cumplir su sueño… De eso no saben nada ni quieren saber. Por todo esto lo que pedimos nosotros es que las partes firmen un contrato en el que figuren sus promesas para luego ser reclamadas cuando no las cumplan, porque lo que hasta ahora hemos aceptado y aguantado es demasiado sencillo para ellas y ellos, ya que no tienen que rendir cuentas ante tribunal popular alguno.


Nosotros hemos sido culpables o responsables directos de cómo se hace política en nuestro país, de cómo nos prometen el oro y el moro para luego dejarnos tirados a las primeras de cambio. Lo suyo y determinante para sus intereses es implantar sus políticas, que, ¡oh sorpresa!, coinciden en su totalidad con los grandes “lobbys” que los han aupado y financiado las campañas las veces que hayan sido necesarias. Por eso se entiende que mientras unos no saben a estas alturas dónde guardar el dinero que ganan, otros hace años que no pueden dar a los suyos de comer. Así de sencillo. Y de doloroso. Y es que desde que algunos aprendieron que por muy mal que lo hicieran, por muy mal que se portaran con sus conciudadanos, una confesión a tiempo todo lo perdona, todo solucionado. Y así nos va. Claro que, ya puestos, quizás nos hubiera podido ir peor.