Una
de las frases más compartidas por usadas es la que nos justifica
ante los demás cuando una situación desconocida nos desborda,
que es cuando la aplicamos afirmando que nuestra capacidad de
sorpresa no acaba de saciarse. Pero es ahora, en tiempos electorales,
cuando más la usamos e incluso lo podríamos justificar ante
tribunal sumarísimo. Y todo porque así lo quiere parte de la clase
política en campaña, empeñada que está ella y sus incondicionales
seguidores en mentir y mentir sin control ni ganas de ponerse
límites. Lo que está en juego, a los ciudadanos como ustedes o
nosotros, es algo que nos queda lejos, que se nos escapa de las
manos. A ellas y ellos no; quizá porque lo de mandar, lo de poder
colocar al familiar o al amigo (que precisamente para eso también
andan en la misma lucha para que su partido y su líder obtengan el
mayor número de votos), lo de salir a la calle sabiéndote criticado
o vitoreado, o simplemente poder estar en el plato y en las tajadas
de todo lo que se hace y se dice a tu alrededor, debe tener un
infalible imán de una gran capacidad de atracción para desarrollar
el esfuerzo que haga falta, incluso de mentir compulsivamente,
con tal de llegar a la meta en cabeza.
Lo
estamos comprobando estos días. Nuestra capacidad de asombro, por lo
tanto, no acaba de saciarse ante lo que vemos y escuchamos. Es tal el
empeño que algunas y algunos ponen en sus palabras, lo que se crecen
ante los atriles mitineros, que estamos cada vez más convencidos de
que la transformación a la que se someten en momentos tan especiales
no todos los cuerpos lo aguantarían. Y como lo de menos es el futuro
de la ciudadanía, y a las pruebas nos remitimos, su dedicación a
tiempo completo no es otra que criticar lo que hacen unos frente a lo
de los otros; es decir, que si uno de ellos asegura que sus políticas
han sido determinantes para el bienestar del ciudadano, el otro
jurará y perjurará que son las suyas las que han hecho posible el
supuesto milagro que han realizado a lo largo del tiempo que están
al frente de sus responsabilidades de gobierno. Consecuentemente, de
cuándo se acabarán las insoportables colas a las puertas de las
oficinas de empleo, de cómo solucionarán el futuro de los jóvenes,
de qué políticas implantarán para que los desahucios se detengan,
de cómo subsistirán los desempleados sin ayudas y familia a su
cargo, de dónde obtendrán las ayudas que necesitan los
dependientes, de qué manera conseguirán que los jóvenes que
quieran estudiar y lo merezcan puedan cumplir su sueño… De eso no
saben nada ni quieren saber. Por todo esto lo que pedimos nosotros es
que las partes firmen un contrato en el que figuren sus promesas para
luego ser reclamadas cuando no las cumplan, porque lo que hasta ahora
hemos aceptado y aguantado es demasiado sencillo para ellas y ellos,
ya que no tienen que rendir cuentas ante tribunal popular alguno.
Nosotros
hemos sido culpables o responsables directos de cómo se hace
política en nuestro país, de cómo nos prometen el oro y el moro
para luego dejarnos tirados a las primeras de cambio. Lo suyo y
determinante para sus intereses es implantar sus políticas, que, ¡oh
sorpresa!, coinciden en su totalidad con los grandes “lobbys” que
los han aupado y financiado las campañas las veces que hayan sido
necesarias. Por eso se entiende que mientras unos no saben a estas
alturas dónde guardar el dinero que ganan, otros hace años que no
pueden dar a los suyos de comer. Así de sencillo. Y de doloroso. Y
es que desde que algunos aprendieron que por muy mal que lo hicieran,
por muy mal que se portaran con sus conciudadanos, una confesión a
tiempo todo lo perdona, todo solucionado. Y así nos va. Claro que,
ya puestos, quizás nos hubiera podido ir peor.