Cumpliendo pactos y promesas, la campaña electoral andaluza camina con fuerza, o al menos esa es la apariencia que nos da, en busca del resultado electoral que satisfaga a todas y todos. No será así, es decir, que el recuento de los votos siempre les parecerá poco a los partidos concurrentes, pero así son las cosas de la democracia y tendrán que apencar con la suerte que los ciudadanos hayan querido para ellos y sus formaciones. El hecho de que este año, por primera vez, los andaluces votemos en solitario y no coincidiendo con las nacionales, que ha sido lo habitual hasta ahora, nos convierte en protagonistas de nuestro propio futuro y quizá por este diferenciador detalle deberíamos poner algo más de interés a la hora de elegir quién o quiénes recibirán el complicado encargo de sacar nuestro futuro adelante. Sobre todo porque no sirve aquello de que, como son solo cuatro años, tampoco va a pasar nada si nos equivocamos. En nuestro caso, por ser nuestra autonomía como es, caracterizada para los demás como una comunidad subsidiada que vive a costa del resto de los españoles, conveniente sería que, al menos en ocasión tan trascendente para todos como es el encuentro con las urnas, proporcionáramos al mundo una imagen de madurez democrática sólida y basada en la necesidad de prosperar por nosotros mismos.
El turismo, la agricultura, la industria auxiliar y la aeronáutica parece que son nuestro soporte económico y sobre el que deberíamos trabajar a favor de una mejora que nos permita depender de nosotros mismos, pero ¿y la industrialización a la que tanto se dirigen ahora las miradas? Los que pensaron que situando el tejido industrial en zonas del país concretas para desde allí distribuir su producción al resto del país, erraron en sus planteamientos. Para que hubiera resultado un éxito antes se debió distribuir la riqueza por igual porque del resto se encargarían los que, como nosotros, tenemos la obligación de adquirir productos para sobrevivir. Generando riqueza exclusivamente en autonomías, comarcas o ciudades elegidas porque sí por el antiguo Régimen, que pretendía a toda costa erradicar los núcleos rurales de escasa densidad demográfica, el resultado es el que es y a estas alturas ni los milagros conseguirían cambiar la actual distribución, injusta por demás e implantada a base de silencios y correccionales.
Por eso nos inquietan los mensajes de quienes aseguran no tener pelos en la lengua y denuncian que ya está bien de soportar tanta vejación, de que Andalucía se merece otros horizontes y que ellos o ellas tienen la varita mágica que nos devolverá la ilusión por la vida porque nos asegurarían un futuro de trabajo y prosperidad. La pregunta de eso cómo se hace corre por mentideros políticos como reguero de pólvora, yendo y viniendo en busca de respuestas viables a las que responder con un voto de agradecimiento, pero es evidente que estamos en donde siempre, en que si me votas te vas a enterar de lo que es bueno y del trabajo que te voy a proporcionar de la noche a la mañana. El hecho de que, por ejemplo, no falten los partidos y sus correspondientes líderes usando maquinaria pesada para deslumbrarnos o convencernos de que en su mensaje y su posterior política encontraremos seguridad y prosperidad, cuando menos representa un cambio sustancial con respecto a lo conocido, pero solo eso, porque cuando rascas un poco en la superficie de algunas formaciones compruebas que el barniz no es de buena calidad y tendrá poco recorrido. Y luego están los que vienen por nuestra tierra a pescar y a dar poco. A éstos los conocemos desde hace años y su mensaje no cambia en mucho al de la última cita electoral. Por lo tanto, tal como está el mercado del voto, que es a lo que vamos, o se ponen de acuerdo o conseguirán que Andalucía obtenga el récord de abstención jamás registrado en España. Y si no, al tiempo.