Conforme
nos aproximamos a la cita electoral del día 22, y ya ven que faltan
solo unos días, la dinámica que sigue la política de los partidos
en liza es infernal. Los candidatos especialmente la viven de una
forma que no todos estamos preparados para soportar tanta presión y
kilómetros al día para presentarse ante sus incondicionales y ante
ellos y ellas soltarles el discurso habitual que más se escucha en
este tipo de lugares: que vamos a crear empleo, que todos vuestros
problemas estoy yo aquí para solucionarlos, que vamos a encargarnos
de eliminar las políticas de enchufismo, los corruptos y todo lo que
no nos guste.
Luego,
como siempre, cada uno a su casa y deje usted de contar, que también
los que acuden a este tipo de actos andan cansados de que sea siempre
lo mismo, de que, venga el que venga, sus palabras no cambian
significativamente del que vino la semana pasada o del que vendrá en
unos días. Todos vienen, eso sí, con la lección bien aprendida,
incluso con el tono de voz que deben poner cuando suban al estrado
para convencer a los que allí están pendientes de lo que les diga.
Nosotros
desde siempre hemos entendido este tipo de citas como algo
inservible, como un encuentro de difícil valoración teniendo en
cuenta que las personas que se han reunido para asistir al discurso
del candidato de su partido, no necesitan de empujón alguno para
votar lo que ya tienen previsto desde el mismo momento el que la
convocatoria se hace oficial. ¿De qué tiene que convencerles,
entonces? Pues eso, de nada. Otra cosa es que estas citas electorales
se hicieran sin el trabajo previo de los partidos de la localidad que
visitan, ya que sería otra la perspectiva, otro el resultado del
número de asistentes y otro no menos interesante el nivel de
convencimiento con el que los allí congregados vuelven a casa.
Por
lo tanto, mientras que los partidos usen sus propios recursos para
llenar auditorios o salones de bodas, los mítines no dejarán de ser
una muestra de la capacidad de trabajo que tienen los responsables de
comprometer a los suyos para que apoyen a su candidato o candidata.
Claro que convencer a los militantes de un partido con las arengas
habituales que se escuchan debe ser de lo más fácil, si ya sabemos
que los que ocupan el espacio de la cita están por lo mismo que el
que se desgañita en el estrado pidiendo descaradamente el voto.
Quizá
por eso, porque son conscientes de que de muy poco sirven estos
encuentros con la militancia, sean los propios candidatos los que nos
recuerdan que la verdadera cita son las urnas, que no les sirven de
nada las encuestas porque es en el recuento de los votos en donde
está la verdad de la ciudadanía, en donde ésta se expresa en
libertad porque entiende lo que debe hacer, para qué lo debe hacer y
porque es donde únicamente tiene la oportunidad de sentirse libre.
Es posible que no hayamos caído en la cuenta de que estos datos los
manejan con suficiencia los partidos y que se trate de una estrategia
paralela de la que extraer consecuencias para luego utilizarlas allí
donde sean necesarias, pero seguimos sin aceptar la dilapidación de
esfuerzos, personales y económicos, necesarios para rellenar tantos
espacios libres, antes y después de la visita de los respectivos
candidatos, para finalmente no sabemos bien si lo que se busca es
contentar a los militantes o animar a los líderes.