martes, 17 de marzo de 2015

SI NO SON LO MISMO, SE PARECEN MUCHO

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Conforme nos aproximamos a la cita electoral del día 22, y ya ven que faltan solo unos días, la dinámica que sigue la política de los partidos en liza es infernal. Los candidatos especialmente la viven de una forma que no todos estamos preparados para soportar tanta presión y kilómetros al día para presentarse ante sus incondicionales y ante ellos y ellas soltarles el discurso habitual que más se escucha en este tipo de lugares: que vamos a crear empleo, que todos vuestros problemas estoy yo aquí para solucionarlos, que vamos a encargarnos de eliminar las políticas de enchufismo, los corruptos y todo lo que no nos guste.

Luego, como siempre, cada uno a su casa y deje usted de contar, que también los que acuden a este tipo de actos andan cansados de que sea siempre lo mismo, de que, venga el que venga, sus palabras no cambian significativamente del que vino la semana pasada o del que vendrá en unos días. Todos vienen, eso sí, con la lección bien aprendida, incluso con el tono de voz que deben poner cuando suban al estrado para convencer a los que allí están pendientes de lo que les diga.

Nosotros desde siempre hemos entendido este tipo de citas como algo inservible, como un encuentro de difícil valoración teniendo en cuenta que las personas que se han reunido para asistir al discurso del candidato de su partido, no necesitan de empujón alguno para votar lo que ya tienen previsto desde el mismo momento el que la convocatoria se hace oficial. ¿De qué tiene que convencerles, entonces? Pues eso, de nada. Otra cosa es que estas citas electorales se hicieran sin el trabajo previo de los partidos de la localidad que visitan, ya que sería otra la perspectiva, otro el resultado del número de asistentes y otro no menos interesante el nivel de convencimiento con el que los allí congregados vuelven a casa.

Por lo tanto, mientras que los partidos usen sus propios recursos para llenar auditorios o salones de bodas, los mítines no dejarán de ser una muestra de la capacidad de trabajo que tienen los responsables de comprometer a los suyos para que apoyen a su candidato o candidata. Claro que convencer a los militantes de un partido con las arengas habituales que se escuchan debe ser de lo más fácil, si ya sabemos que los que ocupan el espacio de la cita están por lo mismo que el que se desgañita en el estrado pidiendo descaradamente el voto.


Quizá por eso, porque son conscientes de que de muy poco sirven estos encuentros con la militancia, sean los propios candidatos los que nos recuerdan que la verdadera cita son las urnas, que no les sirven de nada las encuestas porque es en el recuento de los votos en donde está la verdad de la ciudadanía, en donde ésta se expresa en libertad porque entiende lo que debe hacer, para qué lo debe hacer y porque es donde únicamente tiene la oportunidad de sentirse libre. Es posible que no hayamos caído en la cuenta de que estos datos los manejan con suficiencia los partidos y que se trate de una estrategia paralela de la que extraer consecuencias para luego utilizarlas allí donde sean necesarias, pero seguimos sin aceptar la dilapidación de esfuerzos, personales y económicos, necesarios para rellenar tantos espacios libres, antes y después de la visita de los respectivos candidatos, para finalmente no sabemos bien si lo que se busca es contentar a los militantes o animar a los líderes.