viernes, 10 de abril de 2015

Y DESPUÉS DE LOS DÍAS DE OCIO…

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Una vez hecho el recuento de los accidentes ocurridos a lo largo de la semana pasada, festiva para muchos de nosotros y para el resto la mitad de ella, vemos con preocupación que el número de fallecidos, aunque menor que el del año pasado en el mismo período, ha sido de nada menos que treinta y tres personas, trece de los cuales han sido motoristas. A partir de ahora, cientos de familias se verán inmersas por mucho tiempo en el dolor por la pérdida de sus seres queridos. Los demás, los que asistimos ilesos al resultado final de esta macabra estadística, observaremos la situación como un fenómeno ligado a la cotidianidad de imposible solución. Sencillamente y con todas las consecuencias, se acepta sin más. Y lo que es peor, muy pocos son los que, antes de poner en marcha su vehículo e iniciar el viaje, se detiene unos instantes a pensar que la próxima víctima puede ser él o alguno de sus acompañantes; muy pocos, por no decir ninguno. Los accidentes de tráfico parecen como si fuera un fenómeno que solo les ocurre a los demás, como si a nosotros nos cubrieran las alas de nuestro particular ángel de la guarda y estuviéramos exentos de todo peligro. Desgraciadamente no es así y de hecho somos conscientes de ello, de nuestra vulnerabilidad, de la escasez de recursos a los que podemos echar mano para evitar un accidente. Pero seguimos ahí, presionando con ansia el acelerador y convenciéndonos de que somos los mejores conductores del mundo.

Estamos convencidos de que a todos los que hoy descansan en los cementerios de sus pueblos y ciudades les habría ocurrido lo mismo que a nosotros, es decir, que circularían confiadísimos en sus posibilidades y en las de su vehículo al menos hasta que derrapó, frenó cuando no tenía que hacerlo, no supo reaccionar cuando otro vehículo se le vino de frente, o porque se excedió a la hora de consumir alcohol… Quién sabe. Lo que de verdad queda ahora es el vacío inmenso que deja un familiar o un amigo fallecido sin que estuviera enfermo, que se despidió de nosotros o que nos avisó de su llegada, y que, en la mitad del camino, de improviso, alguien nos llama y nos pregunta si lo conocemos y nos da la mala noticia. Esto es lo que llevan pidiendo desde las asociaciones de afectados por accidentes de tráfico ante la autoridad competente, que inviertan en seguridad, que mejoren las vías de comunicación, que no aumenten el límite de velocidad máxima, que se mejoren los exámenes para la obtención del permiso de conducir, más presencia de agentes de Tráfico… La finalidad no es otra que, ante la falta de atención y seguimiento que entre el colectivo de conductores se hace generalmente de las normas en vigor, se sientan presionados, controlados y con todo tipo de sistemas de detección sobre sus espaldas. El objetivo: reducir los siniestros a cualquier precio.

El año va muy mal. Los accidentes y sus consecuencias van claramente por encima del año pasado y todo indica que algo debe estar haciéndose mal para que el aumento sea tan desproporcionado. Desde luego, eso de que todos los años, cuando se hacen las cuentas de lo invertido y los resultados, comprobemos que faltan más de mil personas en el censo y que se han ido a causa de un accidente de tráfico, sinceramente es inaceptable. Y además no encontramos recurso de ningún tipo que nos pueda permitir perspectiva con algo de esperanza. Y es que al mismo tiempo que aumentan los alumnos que superan los exámenes, el número de vehículos que se venden, las motos que se incorporan a la circulación, las bicicletas que se unen a la campaña de que mover las piernas es mover el corazón y que inundan nuestras ciudades, el estado de las vías de comunicación van a peor, a más peligrosas, a menos atendidas… Si existe o no una relación directa no creemos que sea necesario darle más vueltas porque a la vista está que una carretera en mal estado es sinónimo de accidente. Otra cosa es que esta misma opinión la compartan los responsables del Ministerio de Fomento y el propio Gobierno. Por el momento es evidente que no. Ya veremos cuánto más debemos esperar.