El
vuelco electoral o castigo que España ha dado al Partido Popular, a
decir de comentaristas y columnistas de todo signo, ha respondido a
un voto de castigo ampliamente compartido. Es más. Para las
generales, que por cierto ya han sido convocadas por el presidente
Rajoy, se esperan resultados aún peores. Las razones, aunque las
intuimos, ni siquiera somos capaces de exponerlas para evitar influir
en alguien y no es nuestra tarea. Si acaso, utilizando a dos mujeres
militantes populares con responsabilidad en Madrid y el País Vasco,
diremos que uno de los problemas ha sido que el Partido Popular no ha
estado cerca de los ciudadanos. Claro que al contrario, es decir, que
ha estado demasiado encima de nosotros y lo ha hecho no solo a nivel
nacional, sino hasta el último ayuntamiento del país. Al calor de
la crisis, de que se nos insiste en que se necesita dinero a manos
llenas para tapar agujeros, que todo es poco para el ministro de
Hacienda, etc., se nos han venido encima una serie de necesidades
económicas nacionales de las que hasta el momento solo ha respondido
precisamente el que menos ha hecho para estar como estamos: el
ciudadano. Mientras, ya se sabe, cientos, miles de corruptos exentos
de los escrúpulos mínimos que las personas portamos como parte de
nuestro ADN han estado, y están, robándonos todo lo que han podido.
Así, desde los ERES andaluces hasta la familia Pujol, pasando por
una Valencia en la que están pringados parece hasta los bedeles de
los edificios oficiales, España entera presenta un aspecto
desolador. Que todo este fenómeno haya representado un castigo para
quien mayoritariamente lo protagoniza, es lo menos que podía
pasarles a quienes, además, niegan la mayor ante jueces y vecinos.
Ya
más cerca de nosotros, el campanazo ha resonado con fuerza en las
sedes que han sido más castigadas por el voto de los ciudadanos, que
a partir de ahora deberán recoger redes y carabelas y dedicarse a
opositar en los sillones del pleno en los que hasta ahora asumían
responsabilidades de gobierno, que se dice pronto, pero que no
debeparece nada sencillo para quienes lo han sido todo en la Casa
Consistorial y en la propia ciudad. La paciencia juega aquí un papel
determinante si la ilusión se centra en volver a conseguir lo
perdido; en el caso de que las prisas impongan su ley, el reto está
perdido de antemano. Es más, si a lo largo de los períodos en los
que unos poseían lo que ansiaban los otros, no se practicaron las
buenas maneras con el resto de compañeras y compañeros, lo que
podía haber sido un camino de rosas se ha convertido en un calvario
en solo una noche electoral, que se dice pronto. La prepotencia,
cuando no la chulería o el despotismo con los que algunos han venido
desarrollando sus respectivas responsabilidades, les devuelven hoy la
incomodidad de manera que sus posibilidades de recuperar lo perdido
se han ido por el sumidero de la cocina en la que se cuecen las
decisiones políticas.
Todo
es importante en este valle de lágrimas, pero desde luego que
compartimos opinión con quienes aseguran que existencia tan corta,
vida tan complicada, debilidad corporal tan presente, lo mejor es
compartir lo poco que se tiene en beneficio de quienes necesitan de
nosotros para eludir el miedo a seguir viviendo. Dicho esto, si viene
alguien a compartir la idea de que es posible hacerlo mejor y con
menos esfuerzo económico, que la imaginación y la alegría deberían
presidir la dinámica municipal en todos los escalafones de su
“staff” y hacerla llegar al ciudadano envuelta en ilusión por
una ciudad mejor, la respuesta, de todas todas, debe ser un sí sin
paliativos de ningún tipo. Ahora quizá quede lo peor, es decir,
sacar adelante lo que tan maltrecho nos han dejado. Y a eso vamos.