Cuentan
los que mantienen la memoria a estrenar que en tiempos electorales es
cuando más promesas se escuchan de parte de los candidatos y cuando
de verdad se les conoce como en realidad son. Y no están
equivocados. De hecho, si echamos mano de algunas de ellas realizadas
en el fragor de la lucha mitinera y ante cientos de militantes,
comprobamos que no siempre su capacidad de saber estar, de asumir el
riesgo que supone prometer lo que es evidente que no será posible,
la cumplen como debían y habían previsto. Recordamos ahora que no
hace tantos años que, en Jaén, un candidato, puesto a prometer,
aseguró que la capital tendría aeropuerto, zoológico y puerto de
mar. Y se quedó tan pancho, no sabemos si porque llevaba
aguantándose la mentira muchos años o simplemente porque los
aplausos de sus correligionarios le aumentaron el ego de forma
desproporcionada. Sea como fuere, el hecho es que este buen hombre
ganó las elecciones en dos ocasiones, aunque en la segunda no tuvo
necesidad de echar mano de utopías del tamaño de la anterior cita y
fue su dedicación y esfuerzo lo que los capitalinos premiaron
entregándole la ciudad por otro mandato.
Ahora
es la alcaldesa de Jerez de la Frontera la que, en plena campaña
municipal y coincidiendo con su magnífica feria del caballo, la que
se ha pronunciado por lo mismo que su compañero, es decir, ha
prometido que Jerez contará con su particular playa en cuanto
consiga la alcaldía. Si tenemos en cuenta que la distancia existente
con el mar más próximo es de casi veinte kilómetros, sencillo al
menos no será lo de implantar playa y chiringuito, porque a ese
también hizo alusión y aseguró que no lo echarían de menos.
Seguro que habrá contado con técnicos y posibilidades reales de
construir algo parecido a una playa y de ahí que se haya atrevido a
prometer lo que a todas luces, sobre todo a la oposición, le parece
una locura. Nosotros entendemos, con perdón por la licencia, que el
hecho de ser alcaldesa de una ciudad tan especial como es Jerez, el
solo hecho de poder perderla le habrá alterado de tal forma que se
ha atrevido a prometer algo tan complejo como costoso y parece
también que inviable. Que conste, no obstante, que a nosotros, en
todo caso, nos alegraría que así fuera por razones obvias, por lo
que si finalmente sale adelante lo que por el momento es solo un
proyecto, mejor que mejor.
Por
eso decimos que las promesas electorales tienen los días contados,
algo parecido a lo que les ocurre a las mentiras y a quienes las
protagonizan. Y que conste que no culpamos a nadie que no sea a la
misma ciudadanía, que es quien en todos los casos tiene la
ineludible obligación de corresponder al mentiroso como merece,
desde dejándole sin apoyo vecinal hasta obligarle a que cumpla lo
prometido, tarea nada sencilla por cierto. Cruzarse de brazos o mirar
para otro lado, que para el caso viene a ser lo mismo, no conduce
nada más que a mantener las mismas estructuras de siempre y a dotar
a quien quizá no lo merezca de una patente de corso para finalmente
seguir haciendo lo mismo. Y no entramos en situaciones de corte
parecido entre nosotros porque nos veríamos obligados a entrar en
detalles que aún hoy nos siguen pareciendo espeluznantes en sí
mismos y volveríamos a caer en sentimentalismos que nos abocarían a
la situación que venimos padeciendo desde hace años y de la que por
el momento nadie ha sabido sacarnos. Que nosotros seamos diferentes
frente al resto del mundo, que nuestra paciencia como colectivo aún
no haya sido satisfecha, que aceptemos sin más lo que hagan por
nosotros no solo supone un peligro añadido al ya de por sí mal
momento que atravesamos, sino un regalo que, dependiendo de las manos
en las que caiga, hará con él lo que más le interese. En cuanto a
nosotros, ese es precisamente el problema.