El
apartado de los pactos entre organizaciones políticas
para dirigir un ayuntamiento o cualquier otro tipo de gobierno vuelve
a estar de actualidad. Entre nosotros, el mayor ejemplo lo tenemos en
la propia gobernabilidad de la Junta, que por el momento no ha podido
ser posible y que todo indica que los que apoyarán
casi con toda seguridad la investidura de Susana Díaz
esperan a que pase el 24 de este mes y que se conozca lo que piensa
el electorado sobre ellos mismos, en esta ocasión
con motivo de las elecciones municipales. Los pactos vienen a ser una
solución
muy bien valorada para el que no gana por mayoría
absoluta porque le permitirá
sacar
adelante la mayor parte de sus propuestas políticas
escritas en los programas electorales que proporcionan a los
electores. De otra forma no sería
posible y de ahí
que
en más
de una ocasión
hayamos visto pactos que solo ellos han entendido. Y luego está
lo
injusto que supone para la ciudadanía
comprobar cómo
el representante de un partido votado por escasos ciudadanos acaba
aupándose
a puestos de representatividad que no merece, unas veces por un
desproporcionado ego de su líder,
que no se verá
en
otra por mucho que lo intente, y otras por mera necesidad, aunque
éstas
suceden en menos ocasiones.
En
nuestro salón
de plenos no han faltado este tipo de acuerdos. Los más
repetidos han sido los de Izquierda Unida y el Partido Socialista.
Pero también
hemos asistido a acuerdos entre Izquierda Unidad y el Partido
Popular, aunque en ningún
caso les sirvieron para gobernar. Sus líderes
entonces eran Manuel Plaza y Pope Godoy y llegaron al acuerdo para
frenar las políticas
que entonces dirigía
José Antonio
Arcos Moya como alcalde socialista. El más
sonado, no obstante, fue el último
acuerdo de gobierno entre los populares y los andalucistas, que
firmaron Jesús
Estrella y José
Salas,
el concejal, por cierto, que más
veces ha perimetrado o mandado perimetrar los terrenos de El Sotillo.
De hecho, éste
le ha servido a los populares para mantener el poder municipal de
nuestra ciudad doce años;
mientras, a los andalucistas no les fue del todo bien, ya que fueron
perdiendo concejales a lo largo de estas tres legislaturas. Se decía
entonces, con el consiguiente cabreo y no menos preocupación
de los socialistas e Izquierda Unida, que se trataba de un acuerdo
“contra
natura” porque
nadie lo entendía.
Lo
de los pactos, con todo, sigue siendo el mejor recurso para la
viabilidad de un gobierno y les podemos asegurar que seguirán
vivos mientras existan personas decididas a echar una mano para que
su ciudad o su país
funcione. Otra cosa es lo que no conocemos: ¿por
qué se
elige a un concreto socio?, ¿a
cambio de qué
se
decide apoyar a esa fuerza política
y no a otra? La trascendencia de los pactos tienen su razón
de ser en que al final el partido que menos representatividad ha
obtenido en las elecciones, y por consiguiente el menos apoyado por
la ciudadanía,
es el que acaba con más
poder casi que el mayoritariamente elegido. Y porque este dato
representa por sí
mismo
una incongruencia mayúscula,
cuando menos debíamos
exigirles a los partidos que este tipo de decisiones, que acaban
marcando la agenda de la ciudadanía,
sean dadas a conocer antes de ser autorizadas. El resultado electoral
debe ser el que marque las diferencias y el que debe ser tenido en
cuenta por todos los partidos a la hora de convenir o de pactar qué
decisiones
se tomarán
a lo largo del mandato si de verdad servimos de algo, porque lo
evidente es que, una vez el voto es suyo, para ellas y ellos contamos
bien poco.
Entre
nosotros, con la abstención
asomando las orejas y el resultado electoral aún
en el aire, lo de los pactos puede acabar siendo decisivo para los
partidos mayoritarios hasta ahora. Quizá
por
todo esto, los que no hayan hecho los deberes a tiempo y no hayan
cuidado los modos y las formas lo tengan más
complicado. Pero eso será
cosa
de contárselo
a ustedes el día
después
de las elecciones.