Definitivamente,
el Ayuntamiento se pone en marcha. Sin embargo, las prisas, que
recordemos no son buenas consejeras ni compañeras de noches de
insomnio, no han tenido nada que ver con la distribución que se ha
hecho de las delegaciones o concejalías que dinamizarán la vida
municipal de nuestra ciudad, ya que una de la premisas contraídas
por los integrantes de la mesa de trabajo previa a la toma de
posesión era precisamente la de encajar a las personas, por su
preparación, conocimientos y capacidad de esfuerzo, en el lugar que
más se ajustaba a sus perfiles. Y así ha sido. De hecho está
siendo lo más comentado de puertas afuera, es decir, que la
ciudadanía ha percibido rápidamente que la ubicación del concejal
responde a la perfección a la tarea que ha venido desarrollando
antes de las elecciones en los diferentes encuentros que ha mantenido
con las asociaciones de vecinos. Ahora de lo que se trata es de
esperar acontecimientos y ver la respuesta que son capaces de dar a
una ciudad que lo espera todo de ellas y ellos y a la que habrá que
emocionar desde el primer día.
A
partir de ahora la figura del alcalde-presidente debería coincidir
en todo momento con la de un gestor capaz de entrevistarse con quien
haga falta con tal de traerse hasta nosotros las aportaciones de todo
tipo que permitan dar salida a los diferentes proyectos, que han sido
por cierto, dados a conocer a lo largo de la campaña y para los que,
suponemos que con tiempo, se habrán al menos apalabrado antes de
prometerlos, no sea que volvamos a lo de siempre y perdamos quizá la
última oportunidad que tiene Andújar de salir al mundo a gritar que
necesitamos toda la ayuda disponible. Reclamarle a las
Administraciones provincial y autonómica que los deberes se han
hecho, que el trabajo ha culminado con éxito y que a partir de ahora
estamos a la cabeza en proyectos por financiar, en necesidades más
que justificadas y en promesas que cumplir. A partir de ahora el río
se nos ha quedado corto, lo mismo que el puente romano o el asfaltado
de las calles. Andújar debe exigir su industrialización porque para
ello se ha preparado y porque otras ciudades lo han hecho
aprovechando nuestros propios recursos. No se trata de volver a lo de
siempre y andar mendigando lo que es nuestro, ni siquiera comparar
nuestras posibilidades frente a las de los demás y sí de reclamar
lo que por justicia se merece una entidad que da cabida a casi
cuarenta mil almas y que cientos de ellas han perdido toda
posibilidad de salir adelante.
Meter
a la ciudad entera en los proyectos a desarrollar, compartir con ella
las verdaderas posibilidades que tiene de prosperar y las
dificultades que se encontrará en el camino debería ser el cauce
elegido si de verdad los mensajes de un ayuntamiento participativo es
eso lo que en realidad querían decirnos. El resto, o sea, las
inauguraciones, los libros, los carteles, los cortes de cintas de
apertura de ferias y saraos, los coches y los caballos, las copas con
cargo municipal, las motos y las bicicletas, las ferias de barrios y
de santos, y los cuentacuentos, para quienes gustan verse allí donde
de por medio ande una cámara televisiva o de fotos, pero no para
trabajar por una ciudad moderna, equipada y preparada para adoptar
decisiones basadas en la prosperidad de sus vecinas y vecinos. De
todo esto estamos ahítos y extenuados. Ya está bien.