Mucho
tendrían que cambiar las cosas para que entre y Cataluña y el resto
del país siguiera todo igual después del día 27 de este mes, que
es cuando los ciudadanos catalanes tienen la cita con las urnas y
decidir algo más que el gobierno que les regirá a lo largo de los
próximos cuatro años. Mucho. La herida ya está abierta
definitivamente y estamos convencidos de que han sido muchos los que
se han sentido menospreciados por una verborrea absurda de los
políticos que trabajan por la independencia, que se han encargado de
culparnos de todos sus males, incluidos la corrupción de sus máximos
representantes, la pérdida de sus genes patrios y que no sean todo
lo inteligentes que esperaban. Por supuesto, responsables en primera
persona lo somos también de que su superávit económico sea
repartido entre las regiones menos industrializadas. Esto quiere
decir, por tanto, que andaluces y extremeños somos su gran cáncer y
contra nosotros lanzan sus endiablados mensajes no exentos de rencor
y odio. Cierto que son unos cuantos, pero con una gran capacidad para
hacer ruido y conseguir que sus dolorosos mensajes lleguen a su
destino. Y ahí andan, con la fecha emblemática del 27 como punto
final sin retorno y a partir del cual ni siquiera tendrá importancia
el resultado electoral, porque ya han dicho que se quedarán con lo
que más les interese: o escaños o votos.
Mientras,
en silencio, corriendo como pólvora endiablada por las redes
sociales, andan los ciudadanos cabreados renegando de todo lo que
tiene relación con este maravilloso pueblo y sobre el que han hecho
caer algo más que sus frustraciones, hincándole el diente en donde
más duele y que no es otra cosa que rechazar todo lo catalán,
especialmente los productos que allí se producen, desde alimentos a
maquinillas de afeitar, además de cremas, telas, coches, etc. En
definitiva, todo lo que tengan sello catalán. Terrible y
preocupantemente repartida por el resto del país esta decisión, que
puede tener consecuencias económicas imprevisibles y en todo caso
nefastas para una parte de España que no han cuidado detalle tan
importante como el hecho de que, para conseguir sus deseos
independentistas, hayan usado a parte de España como justificación
no sin antes haberle dañado en los más profundo de sus
sentimientos. Menospreciar las entrañas y la historia del resto del
mundo no es una buena decisión, lo miremos desde lo miremos y más
si de por medio se echa mano de la mentira para avalar sus palabras.
En
nuestro caso, hemos sido un pueblo al que la historia y los hechos
han violentado desde siempre, invadido por reinos castellanos, del
que se han llevado sus secretos de supervivencia y su mejor gente
para explotarla y someterla sin piedad. Nosotros, los andaluces,
formamos parte del resto de España porque estamos repartidos por
todo el territorio, aunque especialmente en el País Vasco y
Cataluña, en donde nos hemos entregado en cuerpo y alma para
agradecerles el trabajo que nos proporcionaron y que tanto nos
ayudaron a prosperar. Pero en ningún caso como limosna, que para eso
tenemos orgullo de sobra y no aceptamos nada que no nos hayamos
ganado a pulso. La acumulación de industrias por metro cuadrado que
esa hermosa tierra posee no se debe, al menos no exclusivamente, a
que sean ellas y ellos emprendedores diferenciados y sí a la
política aniquiladora del gobierno franquista, que además de buscar
la erradicación de los pueblos de escasa población, se dedicó a
desindustrializar el resto de España para instalarlo entre vascos y
catalanes. Los que tengan dudas que observen con atención el reparto
de la industria española y verán que la desproporción es
sangrante. Por todo esto, si observamos en cualquier establecimiento
a un comprador interesándose por el origen de lo que quiere
adquirir, que nadie se extrañe que en algunos casos lo rechace.