No
es nuevo, pero sí obviado, aunque no sabemos si intencionadamente.
Tampoco se trata de un asunto con sello de urgencia, pero sería
conveniente que alguien le dedicara tiempo y resolviera el actual
divorcio existente, y detectable desde muy lejos, entre ciudadanía y
Ayuntamiento. A este respecto, el último dato lo encontramos en la
feria de septiembre, que no sido lo compartida que esperaban y
desearan los organizadores. Cierto que en ninguna otra hemos
encontrado a tantos interesados en menospreciarla, que han usado las
redes sociales podíamos decir que hasta con virulencia con el
objetivo de hacer público su desacuerdo y, lo que es peor, lanzar al
mundo una imagen de ciudad con escaso interés para el visitante. Es
verdad que la edición de este año no ha sido la feria que esperaba
la ciudad, quizá confiada en la llegada de nuevos gestores
municipales, pero también lo es que éstos desde lejos anunciaron
que el margen de maniobra que tenían era muy escaso y el económico
nulo, por lo que la sorpresa no debía haber sido tanta por esperada.
Pero, como hemos dicho, se trata de un detalle que nos puede servir
de referencia para conocer el mal que creemos comparte
mayoritariamente la ciudad y que debían solventar cuanto antes en
beneficio de un colectivo más solidario, más participativo y
dispuesto a echar una mano en donde tanta falta hace.
Las
ciudades que prosperan responden en todos los casos a la fluidez de
la comunicación existente entre los gestores y los residentes, para
lo que es beneficioso gobernar con el apoyo y la comprensión de la
calle, ya sea por un problema de tráfico o de limpieza. De hecho,
implicar a la ciudadanía en la mayoría de las decisiones que deban
tomarse facilita el trabajo a los gestores, que adoptarán sus normas
con el apoyo de quienes finalmente serán o no perjudicados. Una
dirección prohibida, la ubicación de los contenedores, si el
aparcamiento se debe hacer o no por quincenas, iluminación, uso del
equipamiento urbano, ancho de las aceras, arboleda… Si son ellos
los que acaban por diseñar su propia plaza o avenida, si recae sobre
ellos la responsabilidad de su gestión, a partir de este instante
desaparecerán las quejas, las inconformidades, las denuncias o la
inquietud vecinal por un trato de por parte de sus dirigentes.
Entre
nosotros, desde siempre, la importancia que se le ha dado a la
ciudadanía con respecto a su implicación y su prosperidad ha sido
sencillamente nula, inexistente pero deseable. Seguro que no es
fácil, que surgirían conflictos vecinales, pero al Ayuntamiento
llegarían sus demandas listas para adoptarlas, ya que a lo largo del
período que los vecinos y vecinas han dedicado a confeccionarlas,
habrán desaparecido todos los flecos que entorpecen absurdamente
este tipo de reuniones o asambleas. Y más sabiendo que nuestra
ciudad cuenta con una consolidada federación vecinal y asociaciones
en los barrios con años de trabajo a sus espaldas. Desarrollar la
tarea que le corresponde al Ayuntamiento compartiéndola al lado de
quienes serán finalmente los que se beneficiarán o no de las
decisiones municipales, es como dar un paso de gigante en la
aceptación de la totalidad. Se hubieran evitado, por ejemplo,
inversiones millonarias en las calles peatonales, con el innecesario
cambio de su solería; la primera y segunda intervenciones en el
parque de san Eufrasio, para que luego casi nadie haya quedado
satisfecho; el arreglo de las Vistillas, con la pérdida de arboleda
que supuso, y en Colón, para finalmente acabar dedicándolo a
aparcamiento… Se puede y se deben compartir las decisiones
municipales en las que el ciudadano, de hecho, esté implicado. Lo
quieran o no las autoridades, son los quien quitan y ponen gobiernos.