Bien,
pues ya hemos visto de lo que somos capaces en cuanto tenemos la
oportunidad de salirnos de lo habitual: quince fallecidos a lo largo
del puente del Pilar, un total sangrante, absurdo e innecesario.
Sangrante, porque quince inocentes se han dejado la vida en la
carretera a cambio de unos días o unas horas de asueto; absurdo,
porque en la totalidad de ellos comprobamos que se pudieron evitar,
que no era necesaria la velocidad que llevaba el vehículo y menos el
adelantamiento que les costó la vida, y, por último, innecesario,
porque la carretera es lo que es, tiene sus limitaciones y no hacía
falta probar nuestras posibilidades ni de las de nuestro coche justo
cuando la familia al completo viaja de vacaciones. Luego de millones
de horas y de kilómetros a nuestras espaldas, aún seguimos sin
comprender la actitud de algunos de nosotros cuando nos sentamos al
volante de nuestro automóvil, que más bien parece que lo hacemos
ante un tanque antibombas dotado de todos los artilugios necesarios
que nos permiten entrar en conflicto en el momento menos esperado,
aunque siempre coincidiendo con la maniobra de otro usuario, ya sea
un aparcamiento, una intermitencia, un adelantamiento o vaya usted
saber. El asunto es que algunos de nosotros solo necesitamos una
absurda justificación para montar en cólera, insultarlo, amenazarlo
y, si se bajara de su vehículo, ya veríamos lo que podía pasar.
Naturalmente,
conducir bajo esa presión, bajo estrés tan asfixiante, comprenderán
ustedes que no es bueno para la salud en general y en particular para
la conducción por la alteración nerviosa con la que decidimos
cambiar de velocidad, frenar, acelerar o detenernos. Lo queramos o
no, la conducción necesita una actitud más controladora porque son
muchos los parámetros a los que debe atender el usuario si no quiere
verse envuelto en un desencuentro con el resto de automovilistas,
especialmente si se trata de la ciudad, en donde los problemas se
acumulan por las razones de todos conocidas: peatones cruzando por
cualquier lado, ausencia total del uso de las intermitencias en todas
las maniobras, velocidad inadecuada y casi siempre excesiva, aunque
tampoco faltan los que circulan con una lentitud insoportable, vías
muy mal señalizadas y recorridos absurdos por innecesarios… Es
decir, que a los conductores no nos faltan quejas que exponer, y
todas justificadas, y tampoco reglas que cumplir para evitar que
determinadas actitudes dañen o limiten a los demás, ya sean
peatones o usuarios de vehículos.
Lo
que no entendemos por mucho que intenten explicárnoslo es el tema
accidentes y, sobre todo, sus causas. Por ejemplo, ¿cómo es posible
que a estas alturas, cuando tanto trabajo se ha desarrollado a favor
del cinturón de seguridad, de sus ventajas e inconvenientes, de la
importancia que tiene en caso de accidente, que cinco de los quince
fallecidos este largo fin de semana viajara sin él abrochado? ¿Para
qué demandan los motoristas más equipamiento de seguridad en las
carreteras si luego una gran mayoría hace caso omiso de una máxima
que debía ser sagrada, como es la velocidad? ¿Qué hace un
conductor, independientemente del vehículo que controle, porque
tampoco faltan en esta denuncia ciclistas o moteros, usando su
teléfono móvil y no solo para coger llamadas o hacerlas, sino para
usar los mensajes y los “washapps”? Estos peligrosos defectos,
que han ido ganando adeptos por la sencilla razón de que no son
controlados y denunciados por la autoridad competente, hoy son la
causa de la mayoría de los accidentes de los que tenemos noticia y
por supuesto del pasado puente. ¿Que quién puede poner remedio?
Solo nosotros y también las sanciones económicas, que dependiendo
de la cantidad que te caiga por transgredir la ley, recapacitarás o
todo lo contrario. Mientras, ya se sabe, a esperar a que se imponga
el sentido común.