A
media mañana de ayer, el Congreso de los Diputados, y con él el
Senado, echaban el cierre a la legislatura para comenzar la andadura
hacia las elecciones del 20 de diciembre, que por cierto se esperan
reñidas y no exentas de enfrentamientos entre partidos y líderes.
Desde nuestro sillón de observadores, entender la situación es lo
menos que se exige cuando de por medio está el futuro de todos
nosotros y, sobre todo, para que no nos quiten el sueño con sus
predicciones, que, dependiendo de dónde venga, serán positivas o
todo lo contrario. La cita de diciembre tiene mucho de incertidumbre
para quienes han gobernado y no menos para los que desean hacerlo,
por lo que se la juegan a una carta especialmente aquellos que han
anunciado que lo ideal sería conseguir mayoría absoluta. Sin
embargo, los entendidos en las cosas de la política vienen
anunciando con tiempo que de eso nada, de mayoría absoluta o simple
imposible. Lo quieran o no, el bipartidismo ha acabado una etapa y
ahora se inicia otra con protagonistas claramente diferenciados entre
sí, con propuestas y exigencias que nada tienen que ver unas con
otras y que, entre otras cosas, han conseguido que el electorado, el
auténtico protagonista de esta historia, no acabe de situarse en el
lugar que mejor se sienta. En esa duda se la juegan quienes han
tenido oportunidad de demostrar su capacidad de gobierno y las
realizaciones que han ejecutado a lo largo de sus mandatos, mientras
que enfrente tienen a unos desconocidos dispuestos a imprimir nuevos
bríos a las políticas sociales y a llevar a cabo grandes reformas
en todos los estamentos del Estado.
Ahora
en Común, que reúne a fuerzas de izquierdas y donde militan los
ganadores más destacados de las últimas municipales; Podemos, que
no ha querido unirse a ningún grupo y ha decidido enfrentarse en
solitario a unas elecciones que estamos seguros le pueden cambiar su
ambigua situación política; Ciudadanos, que se ha mostrado como la
única fuerza con capacidad de atracción suficiente como para
enamorar al electorado; Partido Socialista, que necesitará algo más
que el atractivo personal de Pedro Sánchez y sus mensajes repletos
de promesas, y de nuevas incorporaciones llegadas de otros partidos,
y el Partido Popular, que se enfrenta a sí mismo convencido, o al
menos eso es lo que nos cuentan, de que volverán a ganar y por
mayoría absoluta. Faltan algunos más, pero ninguno con
posibilidades reales de obtener votos en cantidad significativa como
para inquietar a los conocidos por la mayoría de los ciudadanos.
De
todo esto se deduce que si hasta ahora no nos han faltado mítines
mañana, tarde y noche, prepárense porque lo que se nos viene encima
tiene pinta de ser mucho mayor y más contundente. A todo esto,
mientras la inversión económica prevista realizar a los partidos
políticos para la cita electoral del 20 de diciembre se prevé
millonaria, los resultados no están asegurados para ninguno de los
que concurren, lo que le suma una perspectiva nada halagüeña para
los que están y para los que acaban de llegar. Y más sabiendo, por
las diferentes encuestas que se publican cada fin de semana, que en
las predicciones tampoco se acierta, detalle que se complica si
tenemos en cuenta que todas ellas tienden a mostrar los mejores
resultados a la organización política que las paga, que, por otra
parte, es una forma de conseguir que le abonen a uno la factura. Así
las cosas, con todo manga por hombro, y por arreglar el país por
completo, lo mejor es sentarse a esperar y ver la evolución del
resto del mundo, que para eso nosotros somos mucho de ir donde va la
gente.