De
acuerdo con los datos sobre accidentalidad acumulados en lo que va de
año, todo indica que lo finalizaremos con unos números superiores a
los del año pasado, con lo que perderemos la línea descendente de
accidentes de tráfico que hasta ahora habíamos conseguido entre
todos reducir ejercicio a ejercicio. Justo este fin de semana se
contabilizan doce personas fallecidas más que hasta la misma fecha
del año pasado, números que, si no fuera porque por disfrutar y
compartir tenemos jornadas de asueto como el Día de Todos los
Santos, Constitución e Inmaculada, Navidad, Fin de Año y Reyes,
sinceramente observamos el horizonte no sin razonada preocupación. Y
más si sabemos cómo se las gastan algunos conduciendo su vehículo
y las consecuencias que se derivan de sus comportamientos. Las
razones que esgrimen los que están en contra de estos evidentes
abusos las basan en que nuestra red vial, como conjunto, es decir,
por la escasa calidad del asfaltado y la pésima señalización que
la equipa, no está en condiciones técnicas para una conducción
agresiva, que es la causa directa de la mayoría de los accidentes.
Por otra parte, el hecho contrastado de que entre las once de la
noche y las cuatro de la mañana la mayoría de los conductores que
fueron sometidos a controles de drogas y alcohol dieron positivo, nos
abre una realidad que le añade una carga de peligro real con el que
debemos contar si de verdad lo que perseguimos es reducir, si no
erradicar, la accidentalidad y sus consecuencias.
Cuando
tenemos oportunidad de compartir el tema de la accidentalidad con
otros conductores, las conclusiones a las que llegamos en ningún
caso es que sus opiniones nos aclaren lo que luego vemos en la
carretera, ya que podemos asegurar que una cosa es lo que nos cuentan
y otra claramente diferente es cómo conducen sus vehículos, que no
tiene nada que ver a lo que aseguran. Y esa es la realidad del
tráfico y no solo en nuestro país, y la más compartida entre los
usuarios: a la cabeza, los que sobrepasan la velocidad que nos marcan
las señales independientemente de la carretera que sea y se trate de
una autovía o el cruce de una población; detrás, los que no caen
en la cuenta de que drogarse o consumir alcohol en cantidades
superiores a las impuestas por las normas es cosa de torpes, de
conductores menores o de personas de escasa o nula personalidad;
finalmente, no faltan los conductores que van por libre, que lo mismo
consumen alcohol que otro día sobrepasan la velocidad máxima o todo
lo contrario, es decir, que circulan a velocidad anormalmente
reducida. A la cola, los usuarios con escasa capacidad técnica para
conducir, que no son pocos y que casi siempre los encontramos
formando parte del accidente.
Todos
formamos parte de un número millonario de usuarios que en cualquier
momento ponen en marcha un vehículo y salen con él a la ciudad o la
carretera. Y dará igual que se trate de uno industrial o de un
turismo de uso privado, porque lo que nos debe importar es que esa
persona sea capaz de asumir su papel en algo tan fundamental como es
respetar los derechos del resto de conductores. Solo así, dándole
la importancia que en realidad tiene el otro, el que va delante o
detrás o a nuestro lado, muchos de los accidentes serían eliminados
inmediatamente. Lo que perseguimos con el comentario de este fin de
semana es que practiquemos la conducción con una dosis adecuada de
educación. Sepan que si lo consiguiéramos, si entre todos nos
uniéramos en campaña tan especial, otra bien distinta sería la
actualidad del tráfico. Y tan difícil no parece.