viernes, 6 de noviembre de 2015

A LOS JUECES, LO QUE ES DE LOS JUECES

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Aunque asistimos regularmente a la lectura de sentencias relacionadas con el tráfico, algunas de las cuales nos parecen extraordinariamente incongruentes, lo primero que se nos ocurre es confesar nuestro desconocimiento sobre el Derecho y el sistema jurídico que controla el trabajo y las decisiones de los diferentes juzgados. Y todo porque seguimos sin entender algunas de esas sentencias, sobre todo cuando prácticamente eximen de hecho a los causantes de accidentes con muertes, algunos de los cuales, cuando leemos su ficha, son defectos de calado en la totalidad de su comportamiento: no faltan en estos historiales los que no tenían permiso de conducir, bien porque nunca lo obtuvieron o bien porque se lo habían retirado por infinidad de causas, como la pérdida de todos los puntos, y todas ellas punibles; en el momento del accidente conducían bajo los efectos del alcohol y/o las drogas; además, exceso de velocidad, conducción peligrosa en general, y, por si faltaba algo en sus expedientes, en ninguno de los casos conocidos se detuvieron a socorrer a sus víctimas. Si con estos motivos de referencia defendidos normalmente por el fiscal y la acusación particular de la familia del fallecido se dictan sentencias prácticamente absolutorias a quienes han transgredido las leyes en infinidad de artículos del Código Penal, que nosotros no lo entendamos es lo lógico.

Entenderán entonces que entre la ciudadanía, que no se detiene a conocer entresijos que le impidan opinar sobre la sentencia en cuestión, estas decisiones judiciales sean atacadas con exagerada virulencia y sin que alguien intente poner orden en favor de unos jueces que se desenvuelven con unos textos legales que son lo que son y que ellos y ellas no pueden manipular por mucho que, ante la contundencia de las pruebas, estén interesados en sentenciar a un flagrante asesino, porque cuando se conduce bebido y drogado, con exceso de velocidad y no se atiende a la víctima, no se puede calificar de otra manera. Dicho esto, otorgar un margen de confianza a quienes se ven obligados por las circunstancias a firmar sentencias fácilmente denunciables por incomprendidas entre la ciudadanía, creemos que es adecuado y lo que merecen, porque recordemos que existen posibilidades reales de apelar a tribunales superiores en busca de una sentencia más justa desde la perspectiva de la familia del fallecido.

La realidad, por tanto, debía pasar, y de forma urgente, a las manos directas de los legisladores, que a su vez dependen del Gobierno de la nación del momento, y que entendemos que están obligados a desarrollar textos legales más realistas, más prácticos y desde luego que tengan en cuenta la totalidad de los hechos concurrentes en el caso a juzgar y las dificultades que encuentran los juzgadores en los textos que, en vez de ayudarles a realizar sus tareas, les encorsetan de manera que les limitan las interpretaciones personales que pudieran aportar al caso juzgado con el fin de obtener un resultado más justo y realista. Por eso debe quedar claro que el juez es, efectivamente, una figura imprescindible cuando de aplicar justicia se trata, pero que está atado de pies y manos por textos obsoletos por alejados de la sociedad a la que, por contra, debían acoger en favor de que nadie cercene sus derechos.