jueves, 5 de noviembre de 2015

EL DESEMPLEO COMO POLÍTICA ÚNICA

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El asunto empleo sigue siendo utilizado por los partidos políticos con fines muy concretos, aunque el desgastar al Gobierno que en ese momento esté en el control del país es el más utilizado. Las cifras de los desempleados en nuestro país las conocemos al dedillo y son muy pocas organizaciones políticas las que dejan pasar tan suculento pastel sin pegarle un buen mordisco y criticar a los que entienden que son los responsables directos. Naturalmente, los que ostentan la responsabilidad de tan injustas cifras luchan ostensiblemente para quitarse el sambenito de encima, y para ello echan mano a las herencias de los partidos que les precedieron responsabilizándoles de que las cosas del empleo no marchen por el camino más adecuado. Ahora sabemos, según el propio Ministerio de Empleo, que el gasto que el Gobierno ha hecho en protección frente a la lacra del desempleo hasta el mes de septiembre ha subido próximo a los 15.644 millones, lo que viene a suponer casi un diecisiete por ciento menos de lo desembolsado hasta el mismo mes del año pasado. Naturalmente, el ahorro que para el Tesoro Público representa esta caída de la factura de la protección por desempleo viene a ser como un gran alivio económico, pero tiene más consecuencias: sin ir más lejos, que dos millones doscientas mil personas desempleadas no perciban ningún tipo de ayuda de parte del Estado. Tal cantidad de trabajadores sin empleo no solo representa una injusticia por desamparo, sino una insoportable situación que les obliga a malvivir y dejar su futuro en manos de sus familiares y de las organizaciones benefactoras, que, por otra parte, vienen quejándose con toda razón de que no pueden llegar hasta donde las necesidades de la ciudadanía le exigen.

Llegados a este punto del comentario, añadirle que todo indica que, de acuerdo con los datos del propio Ministerio de Empleo, se permite el Estado prever que la factura final del seguro de desempleo será significativamente inferior de lo que se presupuestó al inicio de este año, y que fue de veinticinco mil millones de euros; incluso es hasta posible que sea más baja con respecto a la primera ejecución prevista en los presupuestos del año que viene, cuyo cálculo fue de veinticinco mil quinientos millones de euros. Todo indica que la reducción se debe, sobre todo, a la caída de la parte más costosa de la factura del desempleo, es decir, la de las prestaciones. Esta es la parte contributiva y la primera que se percibe cuando un trabajador pierde su empleo, que es precisamente cuando la ayuda que recibe es mayor. Por lo tanto, al ser superior, una caída de las prestaciones del diecinueve por ciento arrastra al resto del gasto en desempleo. Por lo tanto, la reducción del gasto está en sintonía con la importante caída de la tasa de cobertura, que recuerden ha alcanzado casi el cincuenta y cinco por ciento.

En situación tan precaria, con la pérdida de las ayudas a las que antes tenían acceso, el asunto es que más de dos millones de desempleados se han quedado, de un plumazo y sin aviso previo, sin dinero para los habituales gastos de una familia. Si a esto le añadimos que el número de familias en las que ninguno de sus miembros trabaja sigue aumentando imparablemente, las posibilidades de subsistir de miles y miles de ciudadanos es sencillamente imposible. Por eso los políticos con responsabilidad de gobierno debían retirar de sus mítines y declaraciones ante los medios de comunicación todo lo que tiene relación con que todo va a mejor, que se está creando empleo de calidad y que no tardaremos en alcanzar las cotas del estado de bienestar de hace unos años. Y debían hacerlo por vergüenza y no menos por no seguir haciendo daño a quienes, viviendo la situación en sus peores circunstancias, tienen que oír semejantes disparates.