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Si
en todo momento debemos ser conscientes de que buena parte de la
clase política, incluidos los partidos (decir todos sería injusto,
porque entre ellos y ellas existen excepciones), se han especializado
en la mentira como oferta real de sus compromisos, en momentos
electorales como los actuales la cosa se complica porque se hinchan
como globos playeros. Los escuchamos contarnos sus deseos para la
sociedad de la que forman parte, lo que han realizado hasta ahora y
lo que tienen previsto desarrollar en poco tiempo o los esfuerzos que
han debido hacer para sacarnos del atolladero que los anteriores les
dejaron, que, sinceramente, no llegamos a entender cómo están
vivos. Las exigencias, según ellas y ellos, en las que se
desenvuelven superan con creces cualquier otra actividad que
desempeñe un trabajador, incluidas tales como las agrícolas, las
mineras, el transporte de mercancías o las que tienen lugar en el
mar. Lo suyo es lo complicado, lo exigente, lo que de verdad agobia,
aunque luego, como todos sabemos, la mitad de ellos y ellas se
limitan a pulsar el botón de el sí o el no de los parlamentos o del
senado y congreso que les pide su partido. Dicho esto, lo lógico es
que la percepción real que tenemos desde fuera es que su trabajo lo
hace cualquiera: por sencillo, por intrascendente y de escasa
responsabilidad.
Naturalmente,
las cosas no son lo que parecen, pero tampoco vamos tan descaminados,
no crean. Así las cosas, el que en sus mítines o ruedas de prensa
utilicen frases más o menos lapidarias e impactantes, promesas sin
límite y artimañas varias con el objetivo de mantenerse en
situación tan privilegiada otros cuatro años, tampoco debería
extrañarnos. Y no se trata solo, atención, de lo que cobran, que a
nosotros nos parece suficiente, sino de las posibilidades reales que
tienen de enriquecerse si quisieran, porque sospechamos que las
presiones que deben recibir a diario por parte de los que andan
vendiendo todo tipo de artículos al mejor postor, los acosarán e
intentarán comprar su voto a cualquier precio. De eso sabemos, mire
usted por donde, porque nos lo han puesto en bandeja: solo hay que
acercarse a la realidad de la política española para enterarnos de
que en este o aquel ayuntamiento, en este o aquel ministerio o
dirección general se han descubierto asuntos turbios en los que
están implicados funcionarios o políticos de todas las categorías
y responsabilidades. Al señor Bárcenas lo dejó pequeño el señor
Granados y su socio Marjeriza, de los que aún están sacando trapos
sucios y que el total de su aventura dedicada al robo de dinero
público supera los cien millones de euros.
Por
todo lo que les contamos, atención con lo que se nos viene encima.
Las épocas electorales traen consigo la aparición de personas
dedicadas a la política no por vocación y sí por intereses
económicos. Así, si los albañiles, los periodistas, los médicos,
los panaderos o los vendedores están obligados a presentar sus
currículos, mostrar su experiencia y estar dispuestos a trabajar por
una miseria, entenderán que nuestros protagonistas luchen con todas
sus fuerzas por conseguir un puesto en cualquiera de los lugares en
donde el trabajo resulte tan cómodo y seguro, al menos durante el
tiempo convenido. Es más, con un poco de suerte, luego de una tarea
dedicada por completo a buscarse apoyos dentro de sus respectivos
partidos, la cosa puede ir tan bien que su duración sea como la de
un contrato indefinido de los de antes. Desde luego, por el momento
no conocemos empresa que pague mejor, que nos haga trabajar tan poco
y que sea capaz de escamotear nuestra personal incompetencia. ¡A
ver, son como niños!...