Imprimir
A
un mundo tan endiabladamente convulso como el nuestro solo le faltaba
la incorporación del Estado Islámico para acabar de quitarnos el
sueño. Tanto odio, tanto horror en tan poco tiempo, sinceramente no
estábamos preparados para soportarlo o sobrellevarlo con algo de
dignidad. Alrededor del mundo islámico, primero fue Al Qaeda, que
puso el listón lo suficientemente alto como para no imaginarnos
siquiera que apareciera otro de parecidas características con ganas
de rendir a sus pies al resto del mundo, que no otra cosa parece que
persiguen las actuaciones y políticas que estamos conociendo. ¿Quién
les iba a decir a los asistentes al partido de fútbol entre Alemania
y Francia, en el estadio de San Denís, en París, o a los que
acudieron a ver de cerca a su grupo de música favorita en una
discoteca de la capital francesa, que el final sería tan dramático
como hoy sabemos, con tantos muertos y tantos heridos graves
contabilizados? Esa es su gran baza, como lo fue para Al Qaeda, la
traición y el horror, el fusilamiento indiscriminado de quienes no
tienen responsabilidad alguna sobre lo que deciden sus políticos y
las políticas que encabezan.
De
hecho, lo que ocurre en estos momentos con respecto a este grupo de
locos y el resto del mundo tiene una macabra relación de la que
ahora nadie responsabilizarse y que, por si fuera poco, aumenta por
segundos. ¿A nadie le dio por pensar que los países islámicos
invadidos, sometidos, en donde hemos pasado como hormigoneras
asesinas, permanecerían callados sin tomar iniciativas del tipo del
Estado Islámico? Evidentemente, se equivocaron. Ahora sabemos con
quién nos la jugamos y cuáles sus intenciones, porque recuerden que
lo de detenerse a recapacitar no pasa por sus planteamientos. Al
contrario, mantener el ímpetu y la pasión que ponen en lo que hacen
forma parte de sus principios más arraigados y, en cuanto a su
capacidad para atraer a jóvenes de todo el mundo para su causa,
nadie lo pone en duda. Dicho esto, y teniendo en cuenta que desde
hace tiempo venimos escuchando el nombre de nuestra tierra y
especialmente el de dos ciudades de la importancia de Córdoba y
Granada, que guardan entre sus tesoros un pasado islámico
extraordinario, ojalá que entre nuestros políticos se entienda que
estamos preocupados, que tememos lo peor y que bueno sería que
comenzaran, si no lo han hecho ya, a plantear políticas que eviten
las consecuencias que pueden venírsenos encima por esta causa.
Lo
de islamizar al mundo, que ya saben es un sueño compartido entre sus
militantes, está claro que es irrealizable, pero lo de atacar sin
más y indiscriminadamente a Andalucía y sus habitantes no parece
tan difícil, y las muestras que podemos presentar como contundentes
para que alguien nos escuche y tome las decisiones adecuadas,
tampoco. El Estado Islámico, como Al Qaeda en su día, ya ha tenido
tiempo para dejar constancia pública de su capacidad y no parece
descabellado que nosotros nos preocupemos por lo que pueda pasar, que
desde luego tampoco sería una locura. Los dolorosos acontecimientos
de este fin de semana ojalá sirvan de algo más que para llorar el
fallecimiento de tanto inocente.