Lo de
Cataluña es cierto que nos queda retirado, como lejos, pero no tanto
en distancia kilométrica como en la anímica. Es decir, que
físicamente estamos casi al lado; la lejanía que nos separa es la
de las ideas o intenciones de cada uno. No estamos en nada de
acuerdo con que se independicen de España y, consecuentemente,
tampoco de los planteamientos que han dado a conocer Mas y sus
seguidores para desarrollar lo que han dado en llamar el proceso
soberanista que concluirá con la proclamación de la república de
Cataluña, aunque una cosa es declararla y otra más complicada lo de
conseguirla. Por el momento, el Gobierno ha dejado claro cuáles son
sus intenciones y cuáles los proyectos que contempla con el fin de
conseguir detener el recorrido por los independentistas hasta ahora,
que no es que sea mucho, pero sí suficiente para ellos. Por el
momento, detenido como está el proceso de investidura hasta que por
fin decidan o encuentren un candidato que apoyar de forma mayoritaria
y que será quien rija los destinos de la Cataluña que quiere irse
de España, el futuro de esa hermosa tierra está en manos de los
diez parlamentarios de la CUP que consiguieron escaños las últimas
elecciones allí celebradas, lo que confirma, como ha ocurrido a lo
largo de nuestra corta historia democrática, que no siempre los más
votados son los que gobiernan.
Las
razones que esgrimen, por otro lado, son las mismas que los catalanes
han proclamado de toda la vida: que si esquilman el esfuerzo de su
trabajo, que si el resto de España les sangra, que si España les
roba, que si fueran independientes el futuro sería mucho mejor para
ellos porque les sobraría el dinero a manos llenas… Lo dicho, la
cantinela de siempre. Extraña, eso sí, que proclamándose ellos y
ellas los más inteligentes del territorio (entre otras razones,
porque presumen de tener dos lenguas, como si eso les aportara un ADN
superior y sus niveles de inteligencia los hicieran destacar en todas
las disciplinas), muestren conocimientos tan claramente insuficientes
como para que su capacidad de interpretación de la realidad les
jugara tan mala pasada como para presentarles como torpes ante los
demás. O es que están tan obcecados con la de la independencia que
no ven más allá de sus narices, porque lo de la corrupción en su
tierra es algo más que lo de llevarse unos cuantos millones de euros
a Suiza. Lo suyo es mucho más importante y además protagonizado por
el partido político que ha sustentado su autogobierno a lo largo de
casi todas las legislaturas y, por si faltaba poco, protagonizado por
su líder más emblemático y su familia al completo, que ha
acumulado en solo unos años una fortuna por el momento incalculable
y perdida en paraísos fiscales. Por cierto, que las quince sedes del
partido en Cataluña, de Convergencia, el de Arturo Mas, están
embargadas por lo del tres por ciento que ese partido parece que ha
permitido a lo largo de su existencia.
Dicho
esto, ¿no será que la independencia que unos quieren con todas sus
fuerzas, porque poseen un sentimiento casi incontrolable y sienten
que su país no es el nuestro, no es el mismo que el de los Mas,
Pujol, etc.? ¿Será posible que los dirigentes lo que busquen en
realidad es huir de la justicia española para que, no siendo ya la
suya, no los puedan juzgar por las tropelías que han cometido a lo
largo de los años y que seguro acabarían con ellos en la cárcel? A
lo peor somos muy tiquismiquis y erremos de pleno, pero nadie nos
baja del burro cuando afirmamos que a los dirigentes catalanes se les
nota demasiado la prisa por salir corriendo, y alguien debería
recordarles que ni va a ser sencillo ni está claro que lo consigan.
Lo seguro es que tendrán que dar cuenta a los catalanes del dinero
que les han robado y, más aún, devolvérselo para que sea la
ciudadanía la que los disfrute, que para eso son suyos.