En lo
que va de año, nada menos, atención, que 83.978 conductores han
dado positivo en los diferentes controles de alcohol y drogas que los
agentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil han
realizado en vías interurbanas, cifras a las que habría que sumar
la de los controles responsabilidad de las policías locales y
autonómicas en su ámbito de actuación, que no crean que difieren
en mucho de las controladas en las carreteras. Es evidente que el
tema se nos ha ido de las manos, que los usuarios en general hacen
oídos sordos a los consejos de la Dirección General y que el
aumento de los transgresores es manifiesto. Debía preocuparnos, no
obstante, el hecho de que la realidad sea tan peligrosa, puesto que
alguno de estos usuarios, en su ir y venir, quizá nos los
encontremos nosotros y, mientras circulemos próximos, estaremos en
peligro real de accidente. Sepan también que estos inconsecuentes
han sido determinantes en el número de accidentes con víctimas
mortales a lo largo de este año, ya que entre un cincuenta y un
sesenta por ciento han sido causantes directos de ellos.
Consecuentemente, que todas las campañas y controles aleatorios que
se realicen en busca de quienes no entienden las reglas del juego,
pocos nos parecerán. Los números hablan por sí solos.
Miren,
la conducción no es nada exigente en general; en particular, a lo
más que puede llegar es a pedirnos la aplicación constante del
sentido común, de reaccionar de acuerdo con la dinámica de la
circulación, estar pendientes de las alteraciones propias del
tráfico infernal en el que a veces nos desenvolvemos. De hecho, no
necesitaríamos de tantos controles y seguimiento al que estamos
sometidos, que por supuesto que intervienen en el viaje y el
desplazamiento, si no fuéramos tan inconsecuentes a veces. Es más,
quienes cuidan el detalle de aceptar las normas en general y
especialmente aquellas que estén relacionadas directamente con la
posibilidad de un accidente, en ninguna circunstancia deberán darse
por aludidos. Todo lo contrario ocurre cuando nos encontramos con el
que no está de acuerdo con nada de lo establecido, con quien
critica por criticar y con el que, por defecto, rechaza cualquier
limitación a lo que entienden que es su libertad. Y nos parecería
bien si no fuera porque los límites o márgenes de nuestra libertad
de expresión y de movimientos está relacionada directamente con el
resto del mundo. Que aunque les gustaría de disponer para ellos
solitos de una carretera de alta velocidad en la que poder
desarrollar sus posibilidades como conductores de élite y las de su
vehículo, eso no es posible; que deben adaptarse a la legalidad en
todo momento y, por encima de cualquier otra premisa, ser solidarios
con el resto de conductores, que estamos convencidos también a éstos
les gustaría excederse de vez en cuando.
Finalmente,
como somos defensores a capa y espada de que la mejor actitud en
ciudad o carretera, es decir, cuando conducimos, es la de estar
pendientes de lo que hace el resto de conductores, lo que podíamos
denominar como conducción a
la defensiva, les invitamos
sinceramente a que lo hagan, a que se unan a la mayoría silenciosa
que practica esta manera tan especial de controlar el tráfico que
tienen a su alrededor. Y todo porque como generalmente no atendemos a
la llamada que se nos hace desde apartados tan importantes como la
distancia de seguridad, el uso de las intermitencias, las paradas sin
aviso previo que algunos hacen y la velocidad excesiva en las
ciudades, cuanto antes nos apliquemos lo de conducir observando las
decisiones que toman los que van detrás o delante de nosotros, mejor
nos irá. Recuerden: todo por salir airosos del caos circulatorio en
el que generalmente nos desenvolvemos.