Independientemente
de quién o quiénes finalmente se alcen con la razón, ¿no podía
evitarse el publicar las desavenencias o desencuentros que conocemos
estos días entre la comunidad trinitaria y la cofradía de la
patrona, en beneficio del debido respeto que las partes merecen y
tratándose de un asunto en el que la Virgen de la Cabeza es invitada
obligada? Por el momento, exceptuando los inevitables beligerantes
insaciables que todo enfrentamiento genera a su alrededor, el resto
de las personas que tienen en la Morenita y su patronazgo depositada
su fe y su esperanza, observan el desarrollo de la crisis tan
expectantes como estupefactos, incrédulos y convencidos de que las
cosas no se están haciendo bien. Naturalmente, como de líderes va
la cosa, los que andan a la espera de obtener tajada de un asunto que
huele mal desde el principio, no dejan títere con cabeza y especulan
sin control y sin conocimiento. De hecho, nosotros, que andamos justo
en medio, tenemos que cuidar el mensaje no sea que alguien entienda,
y les aseguro que no faltarán, que nos excedemos en nuestra
interpretación y que mejor sería que no opináramos. Y quizá
tengan razón, pero, ya ven, hemos caído en la tentación.
Una
vez metidos todos en faena, cuando te ocupas de una de las partes
enfrentadas, lo lógico es encontrar razones de las que obtener
información válida por interesante y supuestamente sincera, que eso
es algo que ni siquiera nos atrevemos a valorar porque nos limitaría
los movimientos. Por la prisa que unos se están dando en compartir
con la ciudadanía y la comunidad cristiana lo que aseguran que es su
realidad y la raíz del problema, la otra parte intenta por todos los
medios aproximar a los suyos a su interpretación de los
acontecimientos. ¿Quién tiene razón? Pues este es el problema que
el Obispado tiene planteado, que es quien debe controlarlo y de hecho
el único autorizado para enjuiciar asuntos de la Iglesia. Por todo
lo cual, no entrar en instituciones y dignidades eclesiásticas tan
altas a intentar inmiscuirnos en sus argumentos y deducciones es la
mejor decisión que se nos ocurre a nosotros, y más teniendo en
cuenta el giro que estos últimos días está dando un asunto que se
inició por causas totalmente distintas.
Observar
con perspectiva, como ocurre en los toros, que desde donde mejor se
ven es desde la barrera, nos permite huecos desde los que comprobar
la interesada opacidad de algunas de las situaciones conocidas y, por
contra, el interés que se tiene en que otras sean no solo visibles,
sino deducibles. Así, pensar en la existencia de manos negras en las
partes no parece descabellado, y más si sabemos que la cofradía y
su proyección interna y externa acaba proporcionando un protagonismo
que de otra forma no conseguirían los interesados ni de milagro. A
todo esto, que quede claro que los de abajo están convencidos de las
malas intenciones de los de arriba y viceversa, es decir, que la
situación ha alcanzado un punto casi sin retorno del que no saldrán
sin heridos de consideración, porque si algo conocemos bien es que,
cuando los desencuentros alcanzan cotas de tanta trascendencia
social, la solución no suele ser precisamente salomónica. Y que
quede claro que nos gustaría equivocarnos.