El
procesionamiento, el pasado martes, de la imagen de la Inmaculada por
las calles de la ciudad, que desde siempre ha sido un acontecimiento
social de gran importancia, se ha visto este año empañado por
ausencias significativas, lo que ha supuesto un agravio que la
hermandad no ha visto con buenos ojos y que debe haber colocado en el
casillero del “debe” de los protagonistas ausentes. El hecho de
que los representantes de los Cuerpos de Seguridad del Estado, como
es el caso de la Guardia Civil y la Policía Nacional, no acudieran
al acto, que le añaden un tono solemne al que la ciudadanía está
muy acostumbrada, por supuesto que pocos entendieron, y menos si no
tuvieron en cuenta justificar la ausencia antes del inicio de la
procesión. Entre nosotros, los encuentros cristianos tienen una
historia muy particular y está ampliamente compartida por colectivos
ciudadanos y personas anónimas que acuden a la llamada que desde la
organización se les hace y que tiene un objetivo concreto, esto es:
que la imagen y quienes la acompañan formando parte de la comitiva a
lo largo de su recorrido, no se encuentren solos en ningún momento.
Y este año desgraciadamente ha sido así, es decir, que la falta de
público en las calles y dentro de la procesión ha brillado, sí,
pero por su ausencia.
Y
como estamos convencidos de que entre nosotros esa situación no se
lleva, no se estila, la crítica ha surgido basada en un hecho que
para muchas personas ha resultado ser muy desagradable. Y más
sabiendo que otros años ha sido todo lo contrario, pasando de una
representación social y política de envergadura a unos mínimos
inmerecidos en esta ocasión por la categoría, la historia y la
importancia de la Inmaculada y su hermandad. Entendemos que lo que ha
quedado claro es que los que se han excluido del acto han entendido
que, como ya no les es rentable para sus postulados sociales y no
menos políticos, a qué acudir a la llamada. Sin embargo, han
perdido una gran oportunidad de hacerse ver por cuanto, entre
nosotros, momentos de tanta trascendencia no suelen olvidarse en
años. Deseamos que no sea así, que se entienda que la justificación
particular y de grupo puede aún salvar la cara de unos y de otros,
pero que todos sepan que es obligatoria si de verdad lo que se quiere
es no perder lo obtenido a lo largo de los años.
La
experiencia nos dice que la ponderación es la mejor arma en contra
de la crítica, y que debe ser ésta la que presida las conclusiones
a las que se pudiera llegar, pero también es verdad que es
inevitable que surjan los enfrentamientos por lo que previamente no
ha sido justificado y que, de todas-todas, ha resultado ser un asunto
que ha calado en los sentimientos de muchos ciudadanos.