Las
denuncias por lo supuestamente mal hecho por parte de los gobiernos
municipales de las ciudades que desde hace unos meses están en manos
de organizaciones políticas y personas alejadas de los partidos
tradicionales, es decir, Madrid, Barcelona, Santiago de Compostela,
La Coruña, Valencia y otras, han sido variadas y con clara intención
de sacar tajada política, que para eso han sido protagonizadas por
representantes de los partidos expulsados de la poltrona municipal a
base de acuerdos o de votos. Y es que lo de dejar de tener
responsabilidades de gobierno no debe ser cosa fácil, y de ahí que
las pataletas y las rabietas propias de quienes sencillamente no lo
aceptan, estén a la orden del día. Extraña, no obstante, que
algunas de estas personas se escandalicen por detalles que no han
sido captados por nadie más que ellas y ellos, erigiéndose, sin
reto ni batalla previa, en adalides de causas perdidas, que a lo más
que han llegado es a ridiculizarse a sí mismos y ante los demás. Lo
decíamos ayer y lo repetimos hoy: los niños no han caído en la
cuenta de si los reyes llegaron en helicóptero o camello, o si sus
trajes respondían a la costumbre o todo lo contrario… Los menores
se han ocupado estos días de que vinieran repletos de juguetes; el
resto lo han dejado en manos de los mayores, a los que tampoco parece
que les haya molestado sobremanera qué fórmula han elegido para
acercarse a los hogares de los más pequeños y dejarles los regalos
previstos. Dicho esto, el anacronismo protagonizado por algunos
representantes políticos de peso de los partidos tradicionales, los
que conocemos como referentes del bipartidismo instalado en nuestro
país hasta el pasado 20 de diciembre, ha sido realmente preocupante
si tenemos en cuenta que de ellos y sus decisiones depende nuestro
futuro inmediato.
Precisamente
quienes son responsables directos del actual y penoso panorama de
nuestro país, que han sido capaces de promulgar leyes y de tomar
decisiones que nos han empobrecido y dejado en el limbo del desempleo
a millones de personas, se escandalizan porque algunos de los
equipamientos de las carrozas reales que han recorrido España de
punta a cabo paseando a sus majestades y su respectivos acompañantes,
no se han ajustado a lo que ellas y ellos entienden debía mantenerse
de por vida. Sin embargo, observen ustedes el detalle porque no tiene
desperdicio, y es que no se santiguan, ni se escandalizan, ni se
quejan, ni se preocupan de que, a lo largo del recorrido por las
calles repletas de público gritón esperando ver de cerca a los
magos y los habituales caramelos, nos encontrábamos con cientos de
indigentes pidiendo una ayuda para poder tomar algo antes de
acostarse en medio de la calle o en algún cajero. De eso no se
extrañó ninguno de nuestros prohombres. Entendemos nosotros que lo
denunciable no es comprobar cómo malviven cientos, miles, de
personas que no tienen ni lo más mínimo, a los que no les es
posible descansar con algo de comodidad y que se ven obligados a
vivir en la calle abandonados a su suerte, y sin posibilidad de
recuperar su anterior vida, que, por muy mala que fuera, seguro que
era mejor que la actual.
En
realidad, a nosotros no nos extraña este tipo de actitudes y de
interpretaciones interesadas protagonizadas por personas del rango
comentado; lo que de verdad nos preocupa es su actitud mezquina, su
altura de miras, que no les permite mirar hacia abajo a comprobar si
están pisando a alguien. Esto y su manifiesta incapacidad para
desarrollar el cargo que han conseguido en las urnas y que,
recuerden, todas sus decisiones están unidas a nuestro devenir
inmediato. Eso es lo que nos debe preocupar y recordárselo siempre
que tengamos oportunidad. Sobre si los reyes deben vestirse con
tejidos de seda, acudir a la cita encopetados y sobrados de lujos y
organdíes, oigan, a nosotros nos da exactamente igual.