En el
ir y venir lógico exigido por las circunstancias, especialmente las
políticas, comprobamos que no siempre se obtiene el rendimiento a
tus esfuerzos o ilusiones por consolidar, sobre las que has puesto
algo más que interés e ilusiones. Observando la mañana y tarde de
ayer en el Congreso de los Diputados y las paralelas intervenciones
de algunos líderes que hemos tenido oportunidad de escuchar, vemos
que la dinámica del centro de decisiones del país ha cambiado como
de la noche al día. Y lo de menos son las vestimentas elegidas por
algunos de los que juraron la Constitución y sí las fórmulas
elegidas para el caso, que incluso ajustándose a la legalidad
entenderán ustedes que hayan sido interpretadas con sorpresa por
quienes no habíamos tenido oportunidad de compartirlas en otra
ocasión. Ya nos ocurrió algo parecido en la toma de posesión del
nuevo presidente de la Generalidad catalana, también legítima y
ajustada a los deseos del nuevo capitán del barco catalán.
No
obstante, lo que de verdad nos llama la atención es el momento que
vive el futuro de nuestro país, apasionante por demás y en manos de
intereses políticos dispares y, consecuentemente, complicados de
encajar. Sin embargo, nada de preocupaciones; la solución de un
gobierno de amplia concentración está al caer y nos sobran razones
para interpretar el momento de la forma que lo hacemos. De hecho,
hemos visto matrimonios políticos tan incongruentes, tan inauditos
incluso, que a lo más que podemos llegar es a recordarles que la
clase política es capaz de compartir cama y mesa con quienes menos
pensábamos. Echen la vista atrás y recuerden que, si antes debían
hacerlo como mucho entre tres opciones, el que ahora, con seis o
siete en oferta, lleguen a acuerdos de gobernabilidad entre todos o
los necesarios para conseguir mayoría, tampoco sería cosa
extraordinaria.
Dispongámonos,
por tanto, a asistir a un espectáculo de trueques o cambios, de yo
te doy a cambio de que tú me proporciones esto o aquello, que
anuncian desde lejos que no serán entendidos por la calle, en donde
reside el poder popular, por cierto, y donde se truncan habitualmente
los sueños de los ciudadanos. Luego del recuento de votos, luego
de dimensionar correctamente el poder atribuido, luego de comprobar
las posibilidades reales del partido y contabilizar sin excesos las
probabilidades que permitirán obtener cuantos más apoyos mejor,
buscar micrófonos y cámaras con afán mal controlado es el fin más
inmediato de quienes solo buscan poder, es decir, de todas y de
todos, porque, no nos engañemos, no para otra cosa están en
política. Cierto que no siempre coinciden intereses personales y
políticos, pero sí que es lo único que diferencia a unos y otros.
Saber escoger con perspectiva nos exige paciencia para esperar el
discurrir del Congreso y sus decisiones, y luego apoyar sin
condiciones a quienes muestren el interés social con el que
acudieron a las elecciones.
Llegados
hasta aquí, recordarles que nuestros derechos son escasamente
valorados por la práctica totalidad de los partidos y sus
militantes, por lo que estamos obligados a mantenernos vigilantes y
prestos a reclamarles coherencia en sus decisiones. Para muchos de
ellos, de procedencia popular y acostumbrados a manifestar
públicamente sus desavencias con lo establecido, seguro que
aprovecharán las demandas del pueblo para, en su nombre, reclamar
las mejoras que les han servido para auparse al éxito electoral a la
primera. Otros, que para evitarlo han dictado leyes que acaben las
manifestaciones, lo llevarán peor e intentarán criminalizar a todo
aquel que decida que la calle es el mejor lugar para denunciar su
situación. Por eso, esperar con atención y algo de emoción les
podemos asegurar que es una excepcional terapia para los más
escépticos.