miércoles, 27 de enero de 2016

DAÑINOS SIN LÍMITE

Imprimir

Que somos muy exigentes con las situaciones que padecen los demás, es algo que no admite duda; que cuando criticamos lo hacemos con una contundencia realmente dañina, presumiendo, sobre todo en público y muy especialmente en las redes sociales, de poseer la verdad, tampoco es nuevo. Y sin precio, porque la regalamos a manos llenas, sin ningún pesar y convencidos de que, al tiempo que hacemos daño con saña, aparecemos ante los demás como grandes investigadores del tipo de los que vemos en las series televisivas. Lo hemos vivido en varios momentos clave de nuestra particular historia y lo hemos revivido ayer mismo, coincidiendo con el incendio que ha destruido una nave situada en la calle Donantes de Sangre de nuestra ciudad. No han sido necesarios datos policiales, ni siquiera ha dado tiempo a que los peritos entraran en la nave incendiada en busca de apuntes con los que cumplimentar el obligado atestado, porque estaban aún consumiéndose los enseres y ya comenzamos a escuchar los primeros testimonios de los habituales en estos casos. De acuerdo con estos sabelotodo y truncados reporteros a pie de calle, por supuesto que el incendio había sido provocado, que la intención del empresario era que el fuego arrasara con todo para cobrar el seguro millonario que tenía. Y lo peor es que no le faltaban palmeros a estos desalmados sin escrúpulos ni alma, que en seguida apoyaban sus comentarios sin fisuras añadiendo, con no menos malaleche, que era algo que se veía venir, que ellos conocían cómo estaba la empresa económicamente, etc. En realidad, un espectáculo bochornoso del que algunos debían dar cuenta ante la autoridad competente, sabiendo de su descarada mala intención en contra de una familia que seguro ni siquiera conocen.

Como decíamos antes, no es nueva la situación y mucho nos tememos que volveremos a la misma si tenemos la mala suerte de asistir a una experiencia tan amarga como es perderlo todo en un incendio y luego, cuando echas manos a los papeles, cuando eres requerido por los agentes policiales, obligados como están a extender un informe de lo ocurrido, el empresario les responde que no tenía seguro. Es aquí y en ese momento donde debían estar los circunstanciales acusadores para que la realidad les abofeteara la cara y les devolviera el mal que estaban haciendo, volcando sobre ellos su propia mierda y pedirles responsabilidades ante el manifiesto interés que tenían en dañar a la persona y en demostrar su insolidaridad con la situación que en esos instantes vivía un vecino de la ciudad que, en todo caso, lo que necesitaba era ayuda. En estos instantes, si repasamos el expediente de muchas de nuestras empresas, si conociésemos sus intimidades, comprobaríamos que lo primero que tuvieron que dejar de pagar fue el seguro porque las necesidades económicas de su negocio no le permitían abonar cuotas tan exageradas. Eliminar el seguro o despedir a algún trabajador, y, ante esa disyuntiva, que eligiera lo menos importante nos parece una encomiable decisión.


En el caso de este empresario andujareño, luego de pasar su vida entregado a una tarea que había dejado de ser rentable económicamente, de padecer la crisis de una forma salvaje, de buscar salidas para su mercancía, justo cuando estaba a punto de recuperar la mayor parte de su inversión, un incendio se lo lleva todo por delante y lo deja prácticamente en la ruina. Mientras, nosotros, que presumimos de saber lo que les pasa a los demás mucho más de lo que ocurre en nuestra casa, a lo nuestro, a mancillar su nombre, a denostar su entrega, a menospreciar su pasión por su empresa, a criticarlo injusta e incomprensiblemente cuando el resultado final de lo que había su sueño hasta ese momento sencillamente había dejado de existir. Ahora, a esperar a que ocurra otra desgracia para seguir alimentando la miseria intelectual con la que solemos analizar lo que ocurre a nuestro alrededor. De verdad, vergonzoso.