El
fallecimiento de tres jóvenes en dos accidentes de motocicleta
registrados en Sanlúcar de Barrameda esta misma semana nos devuelve
a la realidad y nos envuelve en un sincero sentimiento de pesar. El
goteo de los accidentes de tráfico en los que las motos son
protagonistas aparecen últimamente con una frecuencia preocupante y
alguien, además de los protagonistas, debería plantear al máximo
nivel la toma de decisiones que de alguna forma paliaran una
situación que se está convirtiendo en normal, lo que en ningún
caso se debe aceptar sin plantarle cara. Una vez más, por tanto, nos
ocupamos de un tema de gran calado social que nos está sangrando y
que no acabamos de controlar, es decir, que ni la parte que le
corresponde a la autoridad competente ni al usuario de estos
vehículos deciden soluciones que acaben de una vez con el problema.
En
el momento en el que nos encontramos, con una crisis a la que ni
siquiera intuimos si se acabara alguna vez, consecuencia por la cual
el Estado ha dejado de mirar a las carreteras en busca de soluciones,
debía imponerse el sentido común del motero o motorista (porque
existe gran diferencia entre ambos y por esta razón debemos citarlos
a los dos) si de verdad les importa la vida. Así, pocos entendemos
el uso que algunos hacen de sus vehículos cuando de lo que se trata
exclusivamente es de recorrer la distancia que separa el origen del
viaje y el destino. ¿Existe de verdad justificación para que deba
ser inexcusablemente rápido? ¿Es acaso exigencia ineludible
desarrollar el viaje al límite? Si tenemos en cuenta el pésimo
estado de las vías, independientemente de que sean autovías o
carreteras secundarias, no sirve excusa cualquiera que pudiera
justificar la urgencia si nos vamos jugando la vida. El Estado, que
sabe muy bien que no está obligado a reparar la carretera y con que
solo señalice el bache, el socavón, el corrimiento de la tierra o
cualquier otro defecto, su responsabilidad queda cubierta, a lo más
que ha llegado es a llenar las vías de señales verticales amarillas
anunciando el peligro y a partir de ahí lo que te ocurra el culpa
tuya y de nadie más.
Pues
bien. Todo lo que les contamos se conoce, y muy bien por cierto,
entre el colectivo de usuarios de vehículos a motor en general, que
son los que de verdad sufren circulando por estos infernales caminos.
Sin embargo, ¿por qué no aceptan la situación, aunque sea a
regañadientes y voceando la injusticia a los cuatro vientos,
reduciendo la velocidad de forma que, en caso de accidente, las
consecuencias sean mínimas? ¿Acaso es que la moto no se puede
conducir a baja velocidad y es obligatorio superar incluso la máxima
exigida? Evidentemente, pocos se atreverán a rectificar lo que
exponemos en nuestro comentario, y no lo harán porque son
conscientes de que es así, de que la mayoría de los fallecidos en
carretera lo fueron por exceso. Y no sirven las justificaciones,
porque si fueron por derrapaje y la causante fue una vía con
gravilla esparcida, se debió optar por reducir la velocidad; si fue
el agua, lo mismo; si no usaba el casco, si la velocidad superaba el
sentido común, etc., una gran mayoría pudieron evitarse. Y luego
todo lo demás, porque no son pocas las quejas y denuncias que estos
usuarios hacen, y con toda razón, sobre los peligros que se les
vienen encima sin comérselo ni bebérselo, como los conductores que
abren las puertas de sus coches sin mirar, o los que salen de los
aparcamientos como si no existiera nadie en el mundo, o los que no
respetan prioridad de paso y demás vicios ampliamente conocidos y
compartidos.
Todos
los que tenemos algo que ver con el tráfico también nos corresponde
parte de responsabilidad con respecto a este colectivo, empezando por
ellos. Desde luego, lo primero aceptar las condiciones impuestas en
forma de Normas de Circulación y a partir de ahí lo que sea
necesario. Todas y todos.