Como
depredadores insaciables, los hombres y las mujeres que hemos ido
conociendo a lo largo de los últimos años ligados a la corrupción,
no han hecho asco a ningún tipo de trabajo extra. Lo mismo han
aparecido en la construcción o en el mantenimiento de los trenes; en
los hospitales o en las guarderías, en los ayuntamientos o en los
servicios de limpieza, con el agua potable de las ciudades o en la
recogida de la basura y limpieza viaria, en los cementerios o en el
alumbrado de las ciudades, en los campos de deportes o en la
enseñanza… O sea, por resumir, que han estado presentes (y están)
en la práctica totalidad de los organismos e instituciones en los
que el dinero público es su sustento. Miles son los millones de
euros que se han repartido entre ellas y ellos a lo largo del tiempo
en el que supimos lo que significaba la corrupción, y todo a nuestro
cargo, de los ciudadanos de bien, los que soportamos el aparato del
Estado, los que asistimos atónitos y no menos cabreados a una
situación insostenible. Y si la Justicia hubiera sido atendida como
merece en los apartados de personal y equipamiento técnico desde
hace años, seguro que otra sería la realidad de muchos de los
juicios que actualmente se desarrollan, muchos más los detenidos
(porque sepan que los especialistas en este tipo de información
aseguran que por el momento solo se ha descubierto un veinte por
ciento del total) y sentencias justas. Por eso se entiende que cada
uno de nosotros nos hayamos convertido en circunstanciales jueces e
incluso nos atrevamos a sentenciar a alguno de estos desalmados con
penas más o menos justas, aunque sin ninguna duda reclamándoles lo
que se han llevado. Algunos van más lejos y se atreven a exigirles
no solo robado, sino la totalidad de su patrimonio, para que salgan a
la calle sin posibilidades económicas ni recursos extraños.
Sería
la única forma de obligarles a conocer lo que en estos malos
momentos viven muchos de los españoles que han sido estafados por
ellos. Pero es solo un sueño. Son tales sus poderes, tal su
conocimiento de las Administraciones y cómo llevárselo calentito,
que mucho nos tememos que su suerte cambie de la noche a la mañana.Se
entiende que la Administración de Justicia esté como está,
desatendida en apartados tan importantes como el de personal y el
equipamiento técnico que necesita para desarrollar sus miles de
tareas en el tiempo que aconseja el sentido común. Eso de que se
dicte sentencia hoy en un caso que se inició hace siete u ocho años
atrás no hay quien lo entienda. No obstante, las razones cada vez
las tenemos más claras, ya que los primeros interesados en que la
situación de los juzgados de todo el país sea caótica, que se
acumulen los expedientes en cualquier lugar libre que encuentren los
funcionarios, que la falta de ordenadores y sistemas de gestión y
archivo que padecen sea crónica, son precisamente algunos de los
políticos que han defendido este Ministerio y el propio Gobierno, ya
que, quizá a sabiendas de que no tardarían en pasar por ellos como
imputados (ahora investigados), nada mejor que poner todas las trabas
y dificultades posibles para su caso concreto. Recuerden, sin ir más
lejos, el papel del señor Gallardón en su etapa de ministro de
Justicia, cuando se le ocurrió que la mejor forma de parar la
inmensa llegada diaria de expedientes a los juzgados era cobrar
sustanciosas tasas por cualquier asunto. Los ERES de Andalucía,
Urdangarin, la Infanta, Gürtel, la Púnica, Bárcenas, Pujol, Mato,
Rato, Rajoy, Cospedal, Álvarez Cascos, Sepúlveda, López Viejo,
Rita, Camps, Ignacio González, Granados, Aguirre, Aznar, Blesa,
Cotino, Rus, Fabra, Costa, León de la Riva, Castellano, Monago,
Victoria, Figar, Ruiz, Blasco, Matas, Ciscar, Artur Más, Olivas, De
la Serna, el famoso "sé fuerte Luis", indemnizaciones en
"diferido", confeti, jaguares, discos duros, sobres,
comisiones, etc., son ciertamente algunos de los casos de corrupción
más conocidos, pero si tenemos en cuenta que aparecen casi a diario
tres o cuatro más que añadir a los conocidos, mucho nos tememos que
pronto nos quedaremos sin sitio en las cárceles.