Al
principio, todo hacía indicar que la cosa iba de globo sonda. Sin
embargo, conforme han ido pasando los días, lo de la desaparición
de los billetes de quinientos euros ha ido tomando fuerza y parece
que no tardará el Banco Central europeo en tomar la decisión,
porque los Gobiernos han dicho sí a un planteamiento, por otra
parte, que viene a ser la mejor fórmula de control que se ha
encontrado de estos billetes. En caso de acabar siendo retirados de
la circulación, los únicos con algo de entidad económica que nos
quedarían serían los de cien y doscientos euros, otros casi
desconocidos que solemos ver de vez en cuando y que son calificados
como propiedad de los menos pobres, aunque en ningún caso como los
de quinientos. De hecho, entre nosotros, pocos habrán sido los que
tuvieron en la mano alguno de estos “binladen”, y, de haber sido
así, seguro que solo por unos momentos, porque no son de esos
billetes que se pueden acumular o guardar para tiempos peores.
La
idea o la intención está más que justificada si tenemos en cuenta
que la mayoría de los billetes de quinientos en circulación están
como perdidos, es decir, que no corren por los comercios ni los
mercados. Solo han aparecido, eso sí, en las habituales redadas
organizadas por los Cuerpos de Seguridad de los Estados y entre la
gentuza que comercia con droga o se dedica al robo organizado, y no
digamos nada entre los corruptos, que han acumulado millones y
millones de euros a cambio de mordidas o comisiones autorizando obras
ilegales o recalificando terrenos, en lo que son especialistas de
primera. Lo hemos visto en las fotos de la prensa o en las imágenes
televisivas de los telediarios, cuando ha irrumpido la policía en
los domicilios de estos delincuentes y se han dado en las narices con
miles de euros en cualquier armario o cajón de la cómoda. Lo que
para nosotros son cifras inalcanzables, para estos desalmados solo es
calderilla, o gastos para el día a día, como hemos tenido
oportunidad de escuchar a alguno de ellos cuando han querido
justificar la aparición de doscientos o trescientos mil euros en sus
domiclios. Dicho esto, a nosotros poco nos interesa la desaparición
de los billetes morados, esos que hemos visto alguna vez formando
parte de una acción propagandística y que, sabiendo incluso que
eran solo fotocopias, el corazón nos daba un salto incontrolado que
nos agrandaba los ojos y la sonrisa. El amor a lo desconocido, unido
en este caso a las posibilidades económicas que debe proporcionar
un billete de quinientos euros, estamos convencidos de que ha sido
determinante para que la fama que corre paralelamente a estos
billetes se haya desproporcionado como lo ha hecho.
Desde
luego, nos importa y mucho la propuesta de erradicarlos de la oferta
del dinero común existente en Europa, y más cuando conocemos para
qué ha estado sirviendo a lo largo de estos años y en manos de
quiénes ha estado mayoritariamente. Quizá debía ampliarse la
intencionalidad de los gobernantes e implantar un plazo de tiempo
para que estos billetes puedan ser canjeados antes de anularlos.
Entonces sería cuando de verdad aflorarían los millones que andan
guardados en sótanos y cuentas bancarias en paraísos fiscales para
que no les dé la luz, no sea que se estropeen. Eso sí que sería de
verdad una reforma fiscal y no lo que hemos visto hasta ahora, que
solo ha servido para que unos cuantos ladrones se beneficien
descaradamente de las ventajas que les facilitan los Gobiernos.