No
sabemos si coincidiremos con ustedes en la valoración del momento
por el que pasa el país y, consecuentemente, nosotros, los que lo
animamos y soportamos económicamente. Como seguro conocen, el
sentimiento más compartido es el que asegura que, si tenemos en
cuenta que no tenemos Gobierno que nos controle ni dirija, a nadie
que oficialmente tenga el poder absoluto, y si seguimos andando sin
prácticamente problemas que resolver, por qué no nos mantenemos
como estamos, que es la pregunta que viene inmediatamente después de
reflexionar. Y todo porque, si sabemos lo que nos cuestan los
representantes sitos en parlamentos y congresos, al frente de
despachos, que suben y bajan de vehículos que pagamos nosotros, que
se desplazan por todo el país y fuera de él a nuestro cargo, que
cobran sí o sí todos los meses del año, con sus correspondientes
pagas extraordinarias, la verdad es que nos salen por un ojo de la
cara. No obstante, el momento, lo queramos o no, es crítico para la
gobernanza del país, que necesita un gobierno que tome decisiones,
que eche mano a los mandos y evite derivas peligrosas que pongan en
peligro lo poco o mucho que se haya conseguido.
A
todo esto, los que no pierden el tiempo son los catalanes, al menos
los independentistas, que mantienen su hoja de ruta camino de la
separación de España y que hacen caso omiso, quizá ante la
inhibición de sus obligaciones y la manifiesta debilidad que
protagoniza el Gobierno, de los requerimientos que les llegan
procedentes de la capital del Estado. Y por si los problemas eran
pocos, Arnaldo Otegui, que acaba de salir de prisión, no ha tardado
mucho en lanzar su mensaje de una Euskalerría libre por la que el
pueblo vasco debe luchar con todas sus fuerzas. Que eso y volver a
implantar la banda armada que se ha llevado por delante a más de
ochocientas personas, se parece muchísimo. O sea, volver a empezar
con los miedos, las presiones, las pintadas, los raptos y las bombas.
Por cierto, que como los movimientos gallegos que mantienen sus fines
independentistas andan en esta línea, lo mejor es plantearse cuanto
antes la reconciliación nacional a través de nuevos acuerdos entre
las comunidades que se sientan agraviadas. Tampoco faltan políticos
convencidos de que ser diferentes es un método infalible de ganar
votos, y se dedican a llevar la contraria hasta el mismísimo sentido
común, porque intentar justificar el papel de Otegui a lo largo de
los años más difíciles de ETA, entendemos que es por sí mismo un
descalabro político. Pero ahí está, insistiendo en que el proceso
judicial que condenó al recién salido de prisión respondía a un
encarcelamiento político y no por las causas en las que se basaron
los jueces. De hecho, como aseguran los comentaristas políticos y no
menos la familia socialista, el señor Iglesias se ha presentado ante
los españoles desde los escaños del Congreso como un bravucón que
menosprecia a todo lo que se menea, que falta al respeto a quienes no
coinciden con sus ideas y que parece que está siempre con ganas de
gresca. Alcanzó el cenit de su particular verborrea cuando,
visiblemente enfadado, con voz firme y gritona, dijo que el
expresidente González fue responsable de la cal viva, aludiendo
directamente a los cadáveres que aparecieron asesinados bajo la
responsabilidad del GAL. Se deduce que le debe ir bien con esta
práctica y de ahí que mantenga firme sus convicciones de cómo
hacer política.
Finalmente,
como sabemos de la capacidad de consenso que en general tienen los
políticos españoles, lo más lógico es que asistamos a firmas de
convenios de gobierno entre quienes ni nos imaginamos. Habrá que
esperar, sí, pero lo más probable es que valga la pena. Ya veremos.