La
verdad es que llevamos unos años envueltos en una crisis política
que nos tiene arrinconados, gastadas las fuerzas y las ilusiones, y a
la que solo le faltaba el resultado electoral que se obtuvo el pasado
diciembre, que mantiene al país expectante ante el sí y el no que
protagonizan los líderes de los partidos políticos, especialmente
los de la izquierda, que en realidad son los que mantienen el pulso
al partido ganador de las elecciones en número de escaños, que
recordemos fue el Partido Popular, y los que siguen buscando salidas
desde las que formar un gobierno de coincidencias ideológicas y
planteamientos a desarrollar en la práctica, que, a decir de ellos
mismos, lo que persigue es sacar del gobierno a Rajoy. Y en eso
andan, vendiendo mercancías, cediendo hasta donde se lo permiten sus
respectivas organizaciones políticas y cada día que pasa más
convencidos de que el pacto es posible, de que el sí está a punto
de caramelo y que todo es cosa de unos días. Por ahora, Podemos es
el que anda con sus exigencias inmaculadas y su discurso sin
estrenar, lo que nos induce a pensar que, después de lo que ocurra
hoy, que es cuando se reúnen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el
único objetivo de alcanzar el nexo de unión que permita el ansiado
acuerdo, muchas de ellas deberán dejarlas aparcadas si de verdad lo
que quieren los podemistas es conseguir poder de la parcela que por
el momento se encuentra a la venta.
El
principal escollo parece que está en el acuerdo firmado entre PSOE y
Ciudadanos, que Podemos observa como un contratiempo para la
viabilidad de su programa de gobierno, basado, aseguran, en
planteamientos mucho más sociales que los del partido del señor
Rivera. De hecho, aún mantienen sus exigencias con respecto a que,
mientras se mantenga la firma entre estos dos partidos, ellos no
entrarán en conversaciones, aunque lo cierto es que ya lo están y
que estamos convencidos de que, si de verdad las partes han entendido
el sentido real de la democracia, la generosidad política y las
exigencias propias de situaciones tan complicadas como la que vive
nuestro país en estos momentos, lo más probable es que alcancen el
inevitable acuerdo que hará que o bien se forme un gobierno de
coalición con presencia de la mayoría de los partidos representados
en el Congreso, o bien se acabe convocando elecciones para el mes de
julio.
De
todas formas, no estaría de más que los agoreros de siempre, esos
que andan vendiendo mercancía usada avisándonos de una hecatombe
descomunal que acabará con España por completo, se dejen de este
tipo de mensajes y nos permitan conocer el mundo. Es por ahí, en
países de nuestro entorno más próximo, donde nos encontramos con
situaciones políticas de corte parecido a las que vivimos nosotros
ahora, y no pasa nada. La normalidad en la que nos desenvolvíamos
hasta el pasado mes de diciembre, con dos partidos intercambiándose
el poder cada cuatro u ocho años, ha dejado paso a un panorama
radicalmente diferente porque así lo ha querido el elector, al que
desde los partidos políticos se le debe seguir rindiendo pleitesía,
y ahora de lo que se trata es de busquen soluciones viables y
urgentes que activen el país y a sus habitantes. No llegamos a
entender si lo que flaquea entre los partidos políticos es el amor o
la pasión, pero sí sabemos que los ciudadanos estamos hartos de
ellos y sus posicionamientos, de que todos los días suenen igual y
de que su incapacidad sea tan manifiesta. Hablar sí que se les da
bien; lo de pactar o lo de aparcar sus exigencias en beneficio de la
mayoría de nosotros, no está del todo claro.