En
casi todas las profesiones o dedicaciones existen los que se conocen
como incondicionales o palmeros, y los podemos encontrar junto a
futbolistas, toreros, periodistas o políticos. Son estas personas
quienes se encargan de apoyar sin condiciones y sin fisuras a su
líder o gurú, al que no le observan defectos ni errores de calado
que les hagan dudar de su forma de hacer las cosas. Personalmente, no
estamos en contra de este tipo de personas: es legal, existen desde
siempre y son la referencia del pulso de una sociedad muy
instrumentalizada y exageradamente comunicada. Sin embargo, no
siempre es tan sencillo, especialmente cuando, conscientemente, el
maestro utiliza a sus correlegionarios con mentiras y usando el
escándalo como fórmula de menosprecio para denunciar un asunto que,
sea verdad o mentira, merece algo tan elemental como es la
ponderación, desde la que se puede llegar a conclusiones más reales
y, por tanto, más justas. Lo estamos viendo a diario: en el momento
en que alguien denuncia a un representante político por supuesta
corrupción, los primeros que se lanzan al vacío, sin red y sin la
cautela mínima por el porrazo que pueden darse, son los propios
compañeros del injustamente acusado. A su lado, de inmediato, como
si tuvieran un resorte automático, aparecen en escena los pelotas en
busca de un inmerecido protagonismo, que son los que rematan el
asunto lanzando sobre el supuesto corrupto la totalidad de su mala
leche con el único objetivo de hacerle todo el daño posible. Lo
mismo les dará que su mensaje dañe a su familia o a su trayectoria
laboral, porque el cumplimiento del mandato recibido no admite dudas
ni su análisis, sencillamente porque tienen prohibido opinar; hay
que hacerle daño a cualquier precio y de eso se trata: de hundirlo,
a él y a todo el que esté a su lado.
Y
si luego, una vez conocido el fondo del asunto, se llega a la
conclusión de que todo ha sido un exceso de fiscalización o
simplemente un escándalo orquestado, ¿quién se encarga de reponer
el prestigio de la persona o personas a las que tanto daño se les ha
hecho? Entre estos energúmenos sin entrañas, lo normal es que
desaparezcan de la escena y guarden sus espadas para mantenerse en
silencio en sus cuarteles de invierno a esperar a que les llegue de
nuevo un mensaje de sus superiores para cargarse a otro persona. Ni
siquiera necesitan datos ni informaciones desde las que acceder a las
razones del líder; como mucho, conocer su dedicación y trayectoria
y, sobre todo, si se trata de alguien que se ha ganado a pulso y con
su trabajo el poco o mucho crédito que tiene entre la ciudadanía
con la que convive. Ahí van, raudos, veloces y las pilas de su mala
baba recién puestas decididos a cargárselo (o eso es lo que creen,
porque no siempre lo consiguen, desgraciadamente para sus
intenciones).
Y es que la impaciencia no es precisamente la mejor compañera de camino, y más cuando la necesitas para acusar a alguien que ni siquiera conoces, o al menos no para haberte formado una idea justa de la situación en la que supuestamente se ha visto involucrado. Si a la impaciencia le unimos la evidente incultura en la que se desenvuelven, con una escasez preocupante de inteligencia natural o genética, el menjunje ha alcanzado su máximo nivel y es entonces cuando aparecen en escena dispuestos a partirse el pecho por quien, que nadie lo dude, en caso de verse involucrado en la trama, en caso de ser descubierto, lo primero que hará será renegar de su proximidad o parentesco. Por eso es fundamental la paciencia, porque permite el análisis y, más aún, enfrentarse a la situación planteada con posibilidad, aunque fuese remota, de éxito. Todo lo demás, ridículo.
Y es que la impaciencia no es precisamente la mejor compañera de camino, y más cuando la necesitas para acusar a alguien que ni siquiera conoces, o al menos no para haberte formado una idea justa de la situación en la que supuestamente se ha visto involucrado. Si a la impaciencia le unimos la evidente incultura en la que se desenvuelven, con una escasez preocupante de inteligencia natural o genética, el menjunje ha alcanzado su máximo nivel y es entonces cuando aparecen en escena dispuestos a partirse el pecho por quien, que nadie lo dude, en caso de verse involucrado en la trama, en caso de ser descubierto, lo primero que hará será renegar de su proximidad o parentesco. Por eso es fundamental la paciencia, porque permite el análisis y, más aún, enfrentarse a la situación planteada con posibilidad, aunque fuese remota, de éxito. Todo lo demás, ridículo.