Del desgraciado asunto de la desaparición de nuestro paisano Juan Pedro Expósito en la sierra, el pasado 26 de febrero, cuando salió a recoger espárragos, sabemos que fue hallado el pasado viernes. A lo largo de estos días hemos tenido tiempo de todo y para todo. Así, como cabía esperar, hemos vuelto a presentamos en sociedad como mejor sabemos: inventándonos historias sobre el caso por completo enrevesadas, increíbles, desproporcionadas y sangrantes, especialmente para la familia, que ha asistido impotente al sinfín de falsedades que han corrido de boca en boca como reguero de pólvora. Lo hemos visto y padecido en casos de corte parecido y mucho nos tememos que los que gustan de este tipo de diversiones, es decir, hacer daño porque les divierte y les apetece, van a seguir practicando esta aberrante costumbre hasta que les toque a ellos o ellas, que es algo que muchos desean, para que prueben su propia medicina y sepan lo injusto que es la crítica infundada. Justo el jueves pasado, a horas de que se descubriera por fin el cuerpo de Juan Pedro, por el pueblo corría imparable un bulo que aseguraba que había sido visto y detenido en Marbella en perfecto estado de salud y cuando sacaba dinero de un cajero automático. Unas horas antes nos informaban de que había sido en Puertollano donde había aparecido, hasta donde se habría desplazado atravesando la sierra. Y son solo dos ejemplos de las habladurías que ha acumulado este caso a lo largo del mes en el que ha estado desaparecido, porque podíamos alargarnos excesivamente contándoles lo que hasta nosotros ha llegado en este tiempo.
Como
solemos decirles siempre, no sabemos cómo se las gastan en otras
ciudades, cómo suelen interpretar este tipo de situaciones o de
corte parecido, pero lo que sí conocemos y bien es cómo nos las
gastamos aquí. Nuestra capacidad inventiva, por cierto no exenta de
mala intención y saña, no tiene límites; somos increíbles en cómo
le aportamos verosimilitud a la falsa información que vamos
repartiendo a manos llenas a cambio de un minuto de gloria, que no
otra cosa aporta la mentira cuando es compartida en alguna barra de
bar o en el seno familiar. Sin conocer el tema, sin saber de la
trayectoria de la persona o personas implicadas, sin ni siquiera
poseer datos desde los que plantear seriamente una opinión, entre
nosotros no faltan los profesionales de la cosa que no dudan en jurar
y perjurar que lo han visto, o que estaban allí en el momento justo,
o que eran íntimos del que, por ejemplo, ha pegado fuego a su nave,
ha tirado el coche al río para cobrar el seguro o ha arruinado a la
comunidad de vecinos del edificio en el que vive.
Luego,
la cruda realidad, en este caso con la aparición de nuestro vecino,
pasa por encima de tanto mentiroso y todo vuelve a ser normal, si es
que ello es posible, porque recordemos que en medio del camino nos
hemos ido dejando una sarta de barbaridades que han hecho mucho daño
a la familia, que ha asistido al desarrollo de este terrible
acontecimiento con la entereza propia de quienes sabían y temían
cómo terminaría. ¿Serán capaces estos mentirosos compulsivos de
reponer el daño que han hecho? ¿Será este el último caso o
volverán a las andadas en cuanto aparezca otro asunto en el que
picar? Demostrado está que no dan ni una, que sus opiniones no
tienen ningún valor y que a lo más que llegan es a manchar la
imagen y trayectoria de quienes se ven envueltos en algún escándalo
o asunto complicado. Pues bien: con todo, se mantendrán en sus
puestos de vigilancia pendientes de cualquier movimiento extraño del
que obtener algo de protagonismo. Les importa un pito lo que piensen
de ellos. Lo que les apasiona es criticar, mentir, inventarse bulos
de los que disfrutar el tiempo que se mantengan vivos en la calle. Se
les olvida que, en medio, existen personas a las que se les
proporciona un daño injusto del que, además, luego les cuesta
recuperarse, porque si los portadores de la mentira hacen un daño
infinito, los que la creen y se encargan de llevarla y traerla de acá
para allá, no les digo nada.