La
semana pasada saltaba la noticia y nos enterábamos de que cuatro
menores de seis años de un colegio de Granada, concretamente del
valle de Lecrín, se intoxicaban porque habían ingerido unas
pastillas del abuelo de unos de ellos, confundidos por creer que se
trataba de chucherías. Esa es la noticia y la actualidad marca la
diferencia informándonos de que, excepto uno de ellos, que se
encuentra aún en la unidad de cuidados intensivos del hospital,
afortunadamente el resto han sido dados de alta y no presentan
anomalías de ningún tipo. Lo que está ocurriendo en estos
momentos, de acuerdo con la información que nos llega, es que los
padres de los alumnos reclaman todo tipo de investigaciones, cuando
no dimisiones, de quien se pone delante de la situación que se ha
generado en el centro escolar. Por lo que sabemos, los responsables
son los profesores y alumnos mayores, además, naturalmente, de la
Junta de Andalucía y la Delegación de Educación de Granada. Al
menos hasta ahora, poco o casi nada hemos leído de la
responsabilidad de los padres o tutores, que entendemos son, sin
embargo, los directos responsables de que estos niños, primero,
accedieran sin limitaciones a las medicinas de un miembro de la
familia; segundo, que tanto el niño que se hace con las pastillas
como el resto de sus amigos muestran un desconocimiento sobre los
medicamentos cuando menos preocupante si tenemos en cuenta que han
estado al borde de la muerte. Los menores merecen una información
concreta y directa sobre lo que es perjudicial y lo que no, y debe
ser dada por sus padres directamente, sin intermediarios y con
ejemplos contundentes que eviten cualquier tipo de duda. Creer que es
el colegio, los profesores, los que deben correr también con esta
información, es caer en el error de que el escolar debe aprender a
vivir solo y exclusivamente de las enseñanzas del centro.
Así,
con esta deficiencia en el camino, los niños se inician en la vida
mientras conviven con medicamentos y con todo tipo de venenos a mano,
desde lejías, detergentes, geles y jabones de olores exquisitos
hasta amoníacos, agua fuerte, matarratas y antipolillas sin más
limitación que el lugar en los que son guardados por sus mayores,
que por cierto no siempre lo escogen con el cuidado y la precaución
que exigen estos peligrosos intoxicantes. Si todos cayéramos en la
cuenta de la importancia de lo que estamos hablando, si todos
coincidiéremos en que la necesidad que tienen los niños es
insaciable cuando de aprender y descubrir se trata, seguro que
seríamos más cautos y se lo pondríamos más difícil, porque la
realidad es que en la mayoría de los hogares encontramos estos
productos debajo del lavadero o junto a la lavadora, es decir, justo
a la altura de los más pequeños. Por eso nos llama la atención que
nadie haya expresado, alrededor de este tema, su preocupación por
cómo el menor accede a los medicamentos de su abuelo sin cortapisa
alguna. Eso sí, la Junta de Andalucía, los profesores y todo el que
se mueva parecen los responsables y, por tanto, sobre ellos todas las
culpas.
Como
la experiencia nos ha enseñado, de lo que se trata ahora es de que
la totalidad de las familias con niños en este colegio y en todos
los demás hayan optado por lo lógico, y la totalidad de los
medicamentos y productos nocivos que tienen en casa hayan sido lo
suficientemente alejados de ellos y sus insaciables ganas de saber de
todo lo que les rodea. Al tiempo por supuesto, campañas de
sensibilización firmadas por los organismos competentes, charlas
informativas en las aulas, jornadas prácticas con este tema como
asunto de debate y cualquier actuación que sirva para compartir con
los más pequeños, y por tanto más expuestos, serán bien
recibidas. Finalmente, que las familias asuman su responsabilidad con
todas las consecuencias, sobre todo porque es precisamente en sus
casas donde reside el peligro, ya que es allí donde cualquier cajón
es bueno para guardar un medicamento, lo mismo que un recoveco
aparentemente inaccesible para los niños alberga un polvorín de
venenos con todo tipo de colores y olores.