Los
amigos de lo ajeno, o sea los ladrones, actúan a cualquier hora del
día. Y lo hacen especialmente en contra de personas indefensas,
ante las que ponen en marcha toda su capacidad de convicción para
que les entreguen dinero, joyas o simplemente que les abran las
puertas de sus viviendas. Llegan a éstas con exquisita presencia,
usan del castellano como arma indiscutible de gente de bien, van
acompañados de documentación falsa con apariencia de “todo en
regla” y, en caso de hacerse pasar por empleados, los vemos con
monos de trabajo en los que bordan el logo de la empresa que quieren
representar, especialmente de compañías de gas o el agua. Su único
interés no es desde luego cambiarnos la goma de la bombona o revisar
la instalación, sino rebuscar todo lo que de valor haya en la casa,
para lo que uno de ellos rastrea en segundos los lugares claves en
los que solemos depositar el dinero o las joyas mientras el otro pone
todo su interés en convencernos de la necesidad de cambiar la
instalación. Tampoco faltan los que nos asaltan en medio de la calle
o mientras introducimos la compra en nuestro coche; nos piden
información sobre algún lugar, casi siempre ligado con ambulatorios
o centros de salud, y una vez respondido a su pregunta nos echan al
cuello una cadena o un collar con el que, mientras nos intentan
abrochar el suyo, lo que hacen es robarnos el nuestro, que sí es
bueno o tiene para nosotros un valor sentimental muy importante.
Sus
actuaciones responden todas al mismo patrón. Por ejemplo, con el
timo de la estampita, que lleva años y años rodando por el mundo y
no suele fallar en ninguno de los casos que se han registrado. En
esta situación concreta, nos encontramos con el timador timado,
porque recordemos que el que finalmente es robado lo que quiere es
engañar al tontico que le ofrece estampitas a cambio de las suyas.
Dicho esto, la recuperación casi es imposible porque la policía les
pierde la pista inmediatamente. Conocedores que son estos finos
ladrones de ser descubiertos en cualquier momento, huyen del lugar en
cuanto han conseguido su botín y se resguardan en sus cuarteles de
invierno hasta que las aguas se tranquilizan. Por supuesto que
vuelven a actuar, pero en ningún caso en la misma ciudad y sí
alejados geográficamente del último golpe. Los alrededores de las
estaciones de autobuses o de ferrocarril suelen ser los lugares
escogidos, a los que últimamente añaden los bancos sobre todo al
inicio del mes, que es cuando miles de personas acuden a retirar el
dinero ingresado por el Estado en forma de pensiones.
Y
luego están los que aprovechan un descuido y usan de la ventana sin
reja o el balcón abierto para que se ventilen las habitaciones, y se
introducen en la vivienda en busca de todo lo que puedan vender. Por
supuesto, el dinero es su primer objetivo, seguido de las joyas, pero
no duden que se llevarán toda la mercancía que puedan colocar en el
mercado de segunda mano, desde un televisor a un ordenador o un
vídeo, tablet, móvil, aparato de radio, etc. Y no crean ustedes que
en todos los casos se trata de especialistas, porque nosotros
conocemos al menos a dos especializados, sí, pero en trabajos
ligados con los tejados que ni de lejos detectas como potenciales
amigos de lo ajeno. Sin embargo, están ahí, empleados por cuenta
ajena que, en sus ratos libres y una vez comprobadas las deficiencias
de la vivienda en la que han estado trabajando, vuelven cuando saben
que no hay nadie y la atracan con total impunidad. Cuídense. No
caigan en el error de familiarizarse con nadie y menos den datos de
sus costumbres o de su trabajo. Como nos decían nuestros mayores: no
te fíes de nadie y todo te irá bien.