martes, 24 de mayo de 2016

OJO CON LOS AMIGOS DE LO AJENO

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Los amigos de lo ajeno, o sea los ladrones, actúan a cualquier hora del día. Y lo hacen especialmente en contra de personas indefensas, ante las que ponen en marcha toda su capacidad de convicción para que les entreguen dinero, joyas o simplemente que les abran las puertas de sus viviendas. Llegan a éstas con exquisita presencia, usan del castellano como arma indiscutible de gente de bien, van acompañados de documentación falsa con apariencia de “todo en regla” y, en caso de hacerse pasar por empleados, los vemos con monos de trabajo en los que bordan el logo de la empresa que quieren representar, especialmente de compañías de gas o el agua. Su único interés no es desde luego cambiarnos la goma de la bombona o revisar la instalación, sino rebuscar todo lo que de valor haya en la casa, para lo que uno de ellos rastrea en segundos los lugares claves en los que solemos depositar el dinero o las joyas mientras el otro pone todo su interés en convencernos de la necesidad de cambiar la instalación. Tampoco faltan los que nos asaltan en medio de la calle o mientras introducimos la compra en nuestro coche; nos piden información sobre algún lugar, casi siempre ligado con ambulatorios o centros de salud, y una vez respondido a su pregunta nos echan al cuello una cadena o un collar con el que, mientras nos intentan abrochar el suyo, lo que hacen es robarnos el nuestro, que sí es bueno o tiene para nosotros un valor sentimental muy importante.

Sus actuaciones responden todas al mismo patrón. Por ejemplo, con el timo de la estampita, que lleva años y años rodando por el mundo y no suele fallar en ninguno de los casos que se han registrado. En esta situación concreta, nos encontramos con el timador timado, porque recordemos que el que finalmente es robado lo que quiere es engañar al tontico que le ofrece estampitas a cambio de las suyas. Dicho esto, la recuperación casi es imposible porque la policía les pierde la pista inmediatamente. Conocedores que son estos finos ladrones de ser descubiertos en cualquier momento, huyen del lugar en cuanto han conseguido su botín y se resguardan en sus cuarteles de invierno hasta que las aguas se tranquilizan. Por supuesto que vuelven a actuar, pero en ningún caso en la misma ciudad y sí alejados geográficamente del último golpe. Los alrededores de las estaciones de autobuses o de ferrocarril suelen ser los lugares escogidos, a los que últimamente añaden los bancos sobre todo al inicio del mes, que es cuando miles de personas acuden a retirar el dinero ingresado por el Estado en forma de pensiones.


Y luego están los que aprovechan un descuido y usan de la ventana sin reja o el balcón abierto para que se ventilen las habitaciones, y se introducen en la vivienda en busca de todo lo que puedan vender. Por supuesto, el dinero es su primer objetivo, seguido de las joyas, pero no duden que se llevarán toda la mercancía que puedan colocar en el mercado de segunda mano, desde un televisor a un ordenador o un vídeo, tablet, móvil, aparato de radio, etc. Y no crean ustedes que en todos los casos se trata de especialistas, porque nosotros conocemos al menos a dos especializados, sí, pero en trabajos ligados con los tejados que ni de lejos detectas como potenciales amigos de lo ajeno. Sin embargo, están ahí, empleados por cuenta ajena que, en sus ratos libres y una vez comprobadas las deficiencias de la vivienda en la que han estado trabajando, vuelven cuando saben que no hay nadie y la atracan con total impunidad. Cuídense. No caigan en el error de familiarizarse con nadie y menos den datos de sus costumbres o de su trabajo. Como nos decían nuestros mayores: no te fíes de nadie y todo te irá bien.