El
tema de la calle Lope de Vega y el sí o el no de una o dos
direcciones sigue trayendo cola. Esta misma tarde, en el salón de
plenos, el Partido Popular presentará una moción en la que volverá
a pedir la vuelta a la cordura, según ellos, del gobierno municipal
con respecto a que no acepte de ninguna de las maneras una sola
dirección para esta vía. Este grupo entiende, y seguro que tiene
sus razones para ello, independientemente de que no coincidan con
quienes ahora rigen la ciudad ni con los residentes, y quieran
defenderla a toda costa. Otra cosa es que los métodos usados hasta
ahora a nosotros nos parezcan no adecuados, pero esa diferencia
pertenece a una opinión particular que no debe ser tenida en cuenta.
Lo que nos debe importar a todas y todos es la opinión de quienes,
llegado el momento, decidieron plantar cara a lo que entendían era
un abuso y un sufrimiento: el paso de miles de vehículos de todo
tipo y tamaño diariamente por la calle en la que residían. A partir
de ese instante, que no fue por cierto nada fácil por la falta de
receptividad de la autoridad municipal, que en principio parece que
no valoró adecuadamente la fuerza y la ilusión que habían puesto
estos vecinos en su demanda, se inicia un largo proceso que en estos
momentos podemos observar en forma de obra. Cuando por fin parecía
que la suerte estaba echada, que todo iría bien, el Partido Popular
vuelve a plantear sus dudas y la conveniencia con respecto a que siga
siendo de doble dirección, exigencia que está frontalmente en
contra del trabajo desarrollado hasta el momento por el gobierno
municipal y las propias obras iniciadas hace unos días.
Para
que toda esta confusión controlada y trabajada resulte positiva para
los que están a favor de la doble dirección y los que no aceptan
que así sea, lo primero que debía ocurrir es que la imagen que
percibamos los ciudadanos sea de consenso, de intenciones honestas y
aceptar, sea quien sea el que deba hacerlo, que no siempre se gana y
que a veces una huida a tiempo resulta ser una victoria. No obstante,
por encima de cualquier otra premisa o interés particular, los
residentes en esa vía saturada de tráfico tienen el derecho y los
políticos la ineludible obligación de conseguir su bienestar, su
seguridad y que por fin acabe su calvario.
Llegados a este punto
sería bueno que no se echara cizaña sobre quienes no están de
acuerdo con los planteamientos de unos o de otros y se tuviera en
cuenta el derecho inalienable que tiene la ciudadanía de opinar de
manera distinta a los demás. Lo de echar los leones sobre quienes
firmen planteamientos en ningún caso determinantes y sí posibles,
no solo muestran una escasa formación democrática, sino una
particular forma de interpretar los tiempos que corren en la nueva
política. En cuanto a lo de dejar en manos de personas o grupos
asuntos municipales de los que no conocen nada más que las
intenciones del director de la obra, mal asunto. Y más conociendo la
debilidad del ser humano para mantener la boca cerrada, detalle que
nos permite conocer las verdaderas intenciones de quienes se han
montado en el carro de llevar la contraria porque sí. Esto y el
refrán que asegura que el que a hierro mata, a hierro muere, debía
ser definitivo para calmar los ánimos. No para detener el proceso,
que lo entendemos legítimo, pero sí para elegir a mejores
compañeros de camino.