No
recordamos exactamente los días en los que el anterior equipo de
gobierno municipal tenía por costumbre colocar los toldos que
reducen el insoportable calor en nuestras calles peatonales, pero sí
que reclamamos diligencia al actual para que lo haga cuanto antes,
que para eso los días están siendo especialmente calurosos y en la
calle no se entiende la tardanza. A los ciudadanos ni les sirven ni
esperan justificaciones; entre ellos lo práctico al poder y nada de
indecisiones injustificables, y una de ellas es precisamente el
asunto de los toldos. Es lo mismo que el tema de las terrazas de
algunos bares, especialmente los que no cuentan con zona concreta y
delimitada para ubicar sus mesas, en donde comprobamos que cada uno
usa del espacio de todos como les viene en gana. En la totalidad, lo
de prever que a las personas deben pasar por esa zona no es tenido
en cuenta y, sin embargo, la realidad es que les entorpecen el paso
que legalmente debe estar claramente delimitado de acuerdo con las
normas municipales en vigor. Y como sabemos que lo del seguimiento
municipal por parte de técnicos y de la propia policía local
sencillamente no existe, pues ahí estamos, denunciando lo que supone
un flagrante abuso por parte de algunos de los propietarios de las
terrazas, que no tienen en cuenta algo tan elemental como es no
cerrar el paso a las personas que por allí cruzan.
En
cuanto a lo que esta semana pasada ha sido noticia por lo llamativo
del espectáculo que ha firmado un persona a las puertas del banco de
Bilbao Vizcaya de nuestra ciudad, en donde colocó una inmensa
pancarta en la que podíamos leer un mensaje que, más que justificar
su necesidad, pedía ayuda económica para supuestamente su familia,
que estaba en las últimas. Las redes sociales han sido la plataforma
de salida y de incondicional apoyo de quienes, enfrente
descaradamente del gobierno municipal y con muchas ganas de echar por
tierra su trabajo realizado hasta ahora, culpaba sin paliativos a
nuestra primera autoridad en una programada puesta en escena que se
amplió casi sin control a la caza y captura de un culpable al que
crucificar. Es decir, como en los viejos tiempos. De hecho, vistas
las quejas y las justificaciones aportadas por algunos de los
internautas, es evidente que el anterior equipo de gobierno era un
dechado de virtudes y, por supuesto, no permitiría que un indigente
o ciudadano perjudicado por la crisis económica pidiera trabajo y
dinero para subsistir. Pues eso, que solo faltaba que una ciudad
cualquiera ofreciera trabajo a quienes acudan a ella a rogar caridad
a los transeúntes que pasen a su lado, porque estamos por
asegurarles que el efecto llamada sería sencillamente incontrolable.
Y más si encima del empleo se le dota de una vivienda. Sin embargo,
los gritos por escrito que pudimos leer en algunos de los mensajes,
las reclamaciones que en nombre de la justicia divina se hicieron
para que se le ayudara a esta persona, fueron tantas y tan
desproporcionadas que al menos se nos quedó la sensación de que
nuestra ciudad es extraordinariamente solidaria, que algo es algo.
El
tema de las personas que viven de lo que la calle les proporciona en
forma de limosna es un viejo asunto al que nadie le ha plantado cara
que no sean las organizaciones humanitarias que de sobra conocemos.
Es de tal magnitud, de tal importancia social lo que en la calle
encontramos, que a cualquiera se le ablanda el corazón y hace suyo
el mal momento por el que atraviesan algunas personas. Con todo, no
perdamos de vista que, justo al lado de los que de verdad las están
pasando canutas, no faltan los que han hecho de pedir un negocio y
del que viven bastante bien. Por eso apoyemos a las organizaciones
humanitarias y dejemos trabajar a los servicios de los ayuntamientos
para que sean ellos los que controlen a estas personas.