Pues
ya han visto ustedes. El anunciado a bombo y platillo debate a cuatro
de los líderes políticos de los cuatro-más-uno partidos políticos
de nuestro país ya es historia. Para alguno de ellos incluso
historia para no recordar, porque no se cumplieron los objetivos
compartidos con los compañeros de partido ni en la calle su discurso
tuvo eco alguno. Pero esas eran las reglas del juego y se habían
aprobado por los concurrentes, por lo que ahora nadie debería
menospreciar el encuentro de la forma que estamos escuchando. No
obstante, entre los perdedores es normal oír este tipo de quejas,
quizás porque le haya dado más importancia de la que en realidad
tenía una situación que debía razonarse como algo lógico,
necesario y obligatorio. Los políticos tienen la obligación de dar
la cara, de contestar a las preguntas de los ciudadanos y de
complacer sus exigencias. Por tanto, que se reúnan en un plató
televisivo y den rienda suelta a sus promesas, tampoco debería ser
algo extraordinario, como de hecho se valora entre los medios de
comunicación de nuestro país, que le han dado una importancia y
trascendencia desproporcionadas para lo que en realidad ha resultado.
Es más, estamos convencidos de que, debido precisamente a la
importancia dada, al seguimiento previo que se ha realizado alrededor
del encuentro de líderes, lo que ahora deducen los espectadores no
tiene nada que ver con las expectativas generadas.
A
partir de este momento lo que ocurrirá es que durante bastantes días
iremos viendo los detalles de los candidatos que, como espectadores
pendientes de los que nos decían, no hemos percibido: que si Rajoy
se tocó la barba tantas veces; que si Sánchez estuvo algo nervioso
o que si Iglesias fue el que más contundencia mostró a lo largo del
programa; en cuanto a Rivera, que su discurso estuvo plagado de
incoherencias. Es decir, lo de siempre, porque se disecciona la
actitud del invitado y se presenta a los espectadores con clara
intención de radiografiarlo y siempre con resultado dudosamente
positivo para ellos. Por supuesto, son ganas de incordiar, pero es
que la necesidad de acumular espectadores obliga a muchos medios de
comunicación de los llamados nacionales a rizar el rizo, aunque para
ello lo de ridiculizar al personaje sea aceptado como inevitable.
El
asunto es que el debate a cuatro ya es historia. Si ayer decíamos
que los mítines, a los que los partidos les dan una importancia que
para nosotros no tienen, finalmente no cumplen con su objetivo, que
no es otro que el de convencer a los espectadores a que voten sus
opciones, en el caso de los enfrentamientos directos entre ellos,
como el de anoche, no acaban de convencernos precisamente por lo que
les hemos contado. Que las formas y los modos sean los que son, que
no sean pocos los líderes o sus segundos que no estén de acuerdo
con su celebración y que siempre les quedará la duda de si servirán
para algo, si acabarán teniendo el rendimiento esperado y que
justifique el esfuerzo que se han visto obligados a realizar, es algo
que queda en el aire, en la duda.
Ahora
lo que nos queda por comprobar es si les habrán quedado ganas a
todos o por separado para enfrentarse de nuevo en un programa de
parecido corte al de anoche, pero, por lo que percibimos o
deducimos, no parece que la fuerza les acompañe, sobre todo a
quienes hayan sido informados de que han ganado el debate, porque
recordemos que en los partidos políticos la figura del pelota, del
que no ve defectos en su líder, los que andan permanentemente
enviándole piropos, nunca se echa de menos. En la despedida les
decimos lo mismo que ayer, ustedes mismos.