martes, 14 de junio de 2016

AHORA, ¿QUIÉN MERECE NUESTRO FUTURO?

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Pues ya han visto ustedes. El anunciado a bombo y platillo debate a cuatro de los líderes políticos de los cuatro-más-uno partidos políticos de nuestro país ya es historia. Para alguno de ellos incluso historia para no recordar, porque no se cumplieron los objetivos compartidos con los compañeros de partido ni en la calle su discurso tuvo eco alguno. Pero esas eran las reglas del juego y se habían aprobado por los concurrentes, por lo que ahora nadie debería menospreciar el encuentro de la forma que estamos escuchando. No obstante, entre los perdedores es normal oír este tipo de quejas, quizás porque le haya dado más importancia de la que en realidad tenía una situación que debía razonarse como algo lógico, necesario y obligatorio. Los políticos tienen la obligación de dar la cara, de contestar a las preguntas de los ciudadanos y de complacer sus exigencias. Por tanto, que se reúnan en un plató televisivo y den rienda suelta a sus promesas, tampoco debería ser algo extraordinario, como de hecho se valora entre los medios de comunicación de nuestro país, que le han dado una importancia y trascendencia desproporcionadas para lo que en realidad ha resultado. Es más, estamos convencidos de que, debido precisamente a la importancia dada, al seguimiento previo que se ha realizado alrededor del encuentro de líderes, lo que ahora deducen los espectadores no tiene nada que ver con las expectativas generadas.

A partir de este momento lo que ocurrirá es que durante bastantes días iremos viendo los detalles de los candidatos que, como espectadores pendientes de los que nos decían, no hemos percibido: que si Rajoy se tocó la barba tantas veces; que si Sánchez estuvo algo nervioso o que si Iglesias fue el que más contundencia mostró a lo largo del programa; en cuanto a Rivera, que su discurso estuvo plagado de incoherencias. Es decir, lo de siempre, porque se disecciona la actitud del invitado y se presenta a los espectadores con clara intención de radiografiarlo y siempre con resultado dudosamente positivo para ellos. Por supuesto, son ganas de incordiar, pero es que la necesidad de acumular espectadores obliga a muchos medios de comunicación de los llamados nacionales a rizar el rizo, aunque para ello lo de ridiculizar al personaje sea aceptado como inevitable.

El asunto es que el debate a cuatro ya es historia. Si ayer decíamos que los mítines, a los que los partidos les dan una importancia que para nosotros no tienen, finalmente no cumplen con su objetivo, que no es otro que el de convencer a los espectadores a que voten sus opciones, en el caso de los enfrentamientos directos entre ellos, como el de anoche, no acaban de convencernos precisamente por lo que les hemos contado. Que las formas y los modos sean los que son, que no sean pocos los líderes o sus segundos que no estén de acuerdo con su celebración y que siempre les quedará la duda de si servirán para algo, si acabarán teniendo el rendimiento esperado y que justifique el esfuerzo que se han visto obligados a realizar, es algo que queda en el aire, en la duda.

Ahora lo que nos queda por comprobar es si les habrán quedado ganas a todos o por separado para enfrentarse de nuevo en un programa de parecido corte al de anoche, pero, por lo que percibimos o deducimos, no parece que la fuerza les acompañe, sobre todo a quienes hayan sido informados de que han ganado el debate, porque recordemos que en los partidos políticos la figura del pelota, del que no ve defectos en su líder, los que andan permanentemente enviándole piropos, nunca se echa de menos. En la despedida les decimos lo mismo que ayer, ustedes mismos.